Con unas palabras parecidas nos dice Santa Teresa que la puerta de entrada de Jesús a nuestras vidas es la oración.
Vamos a preparar el ratito de oración de mañana, ese rato que pasaremos cerca de Jesús en la capilla, en nuestro cuarto o quizás paseando. Ese rato es un momento más especial de oración en que intentamos poner todos nuestros sentidos y capacidades para escuchar y querer al Señor. Pero ya sabemos que la oración debe ser una actitud que debe impregnar todo el día y que todas nuestras actividades y ocupaciones nos deberían ayudar para acercarnos más al Señor, para descubrirle en lo que hacemos o en quien tratamos, o para llevarle a aquellos lugares donde no está presente.
Algo tan natural que debería impregnar nuestro vivir, se hace costoso, no fluido. Pero, ¿Qué ocurre? Pues que lo que queremos que sea nuestra vida no corresponde con lo que es y sobre todo en lo que se refiere a ir creciendo en santidad y sintonía con el Señor. Esa armonía que a veces sentimos en nuestra vida en ciertos momentos se va rompiendo en nuestro existir.
Hoy yo quería insistir sobre todo en lo que nos indica San Pablo, que existen fuerzas que están muy ocupadas en que esto ocurra y que nos separemos del amor de Dios. Que noche y día están intentando invadir el castillo interior y que sin darnos cuenta desmoronan las paredes o van agujereándolas. Que las columnas y los contrafuertes donde se asienta nuestra fe se han debilitado. Que han herido aspectos de nuestra vida o los han atado bien con cadenas o a veces con simples hilillos, pero que al fin es lo mismo, y no nos impiden volar hacia la santidad. Está claro que nuestra vida de unión con Dios exige de un esfuerzo y una lucha por nuestra parte.
Todos tenemos la experiencia de etapas de nuestras vidas en que nos hemos relajado en esta lucha: el atractivo de compañías que no eran las adecuadas, que hemos dejado la oración porque había que hacer cosas importantes, o que hemos tenido alguna afección desordenada. Todo esto nos separa del amor de Dios, y cuando queremos ponernos de nuevo en camino o reordenar la vida nos cuesta mucho, porque nuestra sicología ha quedado tocada, lo mismo que nuestra afectividad y nuestras pasiones. Nos hemos configurado más con el espíritu del mundo que con el de Cristo. Al final notamos que existe una resistencia a todo deseo de Cristo, a la virtud o a la Santidad. San Pablo sabiendo que necesitamos de Dios para reaccionar, para ponernos en camino y que no podemos llevar una vida de santidad sin Él, nos propone la oración para vencer o por lo menos afrontar la reforma.
Yo este año después de ejercicios me propuse preparar la oración cuidándola un poco más con la lectura, que sería el consejo de San Pablo de abrocharse el cinturón de la verdad y la espada del Espíritu de la palabra de Dios, y la verdad que voy notando la diferencia. Por eso os lo comento. El mundo nos sumerge en el torbellino de ocupaciones y no nos deja tiempo para leer la palabra de Dios que nos indica la verdad de nuestra vida y nos hace que la Verdad crezca en nuestras vidas, nos fundamenta en la roca de la fe, apartándonos de tantas mentiras y del padre de las mentiras. Podíamos pues mañana en la oración revisar, como nos dice San Pablo nuestra oración, como la cuidamos, como la potenciamos. Si nuestra oración nos lleva a dejar que el Espíritu entre en nuestros corazones, y nos llene de tal manera que todo nuestro ser a través de actos y palabras nos haga embajador suyo en todo lugar en donde estemos.