Nos ponemos en la presencia del Señor y
para este rato de oración vamos a tomar como composición de lugar: Jesús
crucificado.
En la primera lectura, escuchamos a
Pablo quejarse del abandono tan grande a que ha sido sometido cuando ha tenido
que manifestar su fe: “sólo Lucas está conmigo”. Pablo sabía de abandonos y
pudo sentir de cerca el abandono de Jesús en la Cruz. ¡Cómo le dolía a Pablo el
escándalo de la Cruz! Parece que no pocos cristianos se avergonzaban del
crucificado.
Escucha hoy lo que Jesús te pide desde
la Cruz: “Reconoced en mi cuerpo, vuestros miembros, vuestras vísceras, huesos
y sangre. ¿Os causa temor? ¿Será que no os gusta lo que es vuestro? Tal vez la
atrocidad de la pasión ¿te causa vergüenza?
No tengáis miedo. Esta cruz no fue
mortal para mí, sino para la muerte. Estos clavos no me penetran de dolores,
sino de un amor más profundo hacia vosotros. Estas heridas no causan mis
gemidos, sino que os permiten entrar más hondo en mi corazón. Mi sangre no se
ha perdido, sino que ha sido vertida para vuestro rescate.
Venid, pues, volved a mí y reconoced y
reconoced a vuestro Padre, al ver que os da bien a cambio de mal, amor a cambio
de ultrajes y mucha caridad a cambio de heridas. Empuña la espada del Espíritu,
haz de tu corazón un altar. Y así presenta tu cuerpo a Dios; sin miedo
ofréceselo en sacrificio. (San Pedro
Crisólogo)
No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte.Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido, muéveme ver tu cuerpo tan herido, muévenme tus afrentas y tu muerte.Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera.No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera.