Preparamos nuestro rato de oración con
las lecturas de Misa del día.
En la primera, Pablo nos habla que hubo
un tiempo antes de la encarnación, en que los hombres no tenían esperanza: “estabais
muertos por vuestros delitos y pecados, cuando seguíais la corriente del mundo
presente, bajo el jefe que manda en esta zona inferior”. Pero de forma
gratuita nos fue dada la salvación mediante Jesús: “Pero Dios, rico en
misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por
los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo -por pura gracia estáis salvados-“.
La salvación se nos ofrece pero está en
nuestra libertad, aceptarla o rechazarla. Vivir según Dios o hacerlo de
espaldas a Él. Decía la Santa castellana: “Quien Dios sin vivir quiere, sin
Dios vive y sin Dios muere”.
El salmo no puede ser más preciso, no se
puede decir tanto con tan pocas palabras: “El Señor nos hizo y somos suyos”.
Pidamos el don de la humildad para entender y vivir esa frase que muestra el
camino de la felicidad.
En el evangelio, Dios nos ofrece la
libertad de la pobreza frente a la esclavitud de la codicia. “El miedo a
perder las pequeñeces que poseo y considero mías y de gran valor. Quita la paz”(Abelardo-aguaviva-Septiembre
1975).
Cuántas veces vemos a nuestro alrededor,
especialmente en los medios de comunicación, personas con fortunas inmensas que
necesitarían vivir miles de años para gastarlas y aun así quieren más. Han
idolatrado el dinero, no caen en la cuenta en el significado de lo dicho por el
Papa Francisco: “Nunca vi un camión de mudanza detrás de un coche fúnebre”.
Cuando caemos en esta idolatría somos
como aquellos galgos que corrían y volvían a correr detrás de una falsa liebre.
Un día cogieron el animal de trapo, lo mordieron y acabaron escupiendo la paja
y el serrín de los que estaba relleno.
Creemos que el poseer bienes perecederos
nos da la paz, el descanso, la felicidad. Pero, como dice Abelardo en el
aguaviva antes citada, el hombre de hoy que muchas veces tiene abundancia de lo
material; sin embargo, el fármaco que más consume es el somnífero. Necesita la
paz de la pastilla.
Acabemos nuestras reflexiones con un
coloquio con Jesús. San Ignacio nos lo precisa: “el coloquio se hace,
propiamente hablando, así como un amigo habla a otro, o un siervo a su señor:
cuándo pidiendo alguna gracia, cuándo culpándose por algún mal hecho, cuándo
comunicando sus cosas y queriendo consejo en ellas. Y decir un Pater
noster”.