Nos seguimos acercando a la Navidad. En la oración de hoy seguimos clamando:
¡Ven!, ¡Ven, Señor, no tardes!
Después de ponernos en presencia de Dios y de pedir al Espíritu Santo que ilumine nuestro ser para dejarle hacer a Él en este momento de oración, podemos releer con atención el evangelio del día.
En él los niños sentados en la plaza gritan a otros: “Hemos tocado la flauta y no habéis bailado; hemos cantado lamentaciones y no habéis llorado”. ¡Qué cierto es esto! En la vida nos encontramos con los eternos insatisfechos, los intransigentes con los demás, los que subrayan en el prójimo sólo lo negativo, interpretando mal todas sus acciones y considerándose superiores a los demás.
Reflexionemos sobre si esa actitud, de alguna manera, nos pasa a nosotros también. Si con facilidad nos ponemos como centro de todo, por encima del bien y del mal, juzgando todo según nuestro criterio.
También Jesús vivió la experiencia de estas personas que le consideraban “comilón y borracho” porque alternaba con los pecadores. Y hoy nosotros podemos tener también esa actitud de insatisfechos permanentes, subrayando en la Iglesia, en mi parroquia en mi grupo cristiano, en la Milicia de Santa María, únicamente lo negativo, en vez de alegrarme con los que se alegran y llorar con los que lloran.
En el fondo, pidamos luz al Espíritu Santo para verlo, puede que nos suceda porque estemos insatisfechos, y que todo sean excusas para no comprometernos más, dar la cara por Cristo y por los que nos rodean. Puede que prefiramos sentarnos en la barrera y no entrar en la cancha y jugar, bien instalados en nuestro conformismo y no aceptando, como dice el Evangelio, ni al Juan penitente austero, ni al Jesús libre de condicionantes humanos.
Pidamos hoy en la oración no tener los oídos cerrados ni el corazón endurecido e insensible al llanto y a la alegría de los demás; que seamos capaces de escuchar otra voz distinta de la nuestra, y sobre todo que seamos capaces de oír la voz de Dios. Para que “mirando veamos; escuchando oigamos y comprendamos”.
Que no tengan que decirnos: “se han vuelto duros de oído, se han tapado los ojos”. La causa de esa dureza de corazón, dice la Palabra de Dios, puede ser el pecado continuado, que embota el espíritu y hace a la persona rebelde ante todo y todos. Difícilmente un corazón así podrá recibir la visita de Jesús si antes no se sana. Pidamos dejarnos sanar el corazón, seguir, como dice la primera lectura, la senda que el Señor nos dice, porque “el que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida”.
Hoy celebramos Nuestra Señora de Guadalupe. San Pío X la proclamó como “Patrona de toda América Latina” y San Juan XXIII “la Madre de las Américas”. Que María proteja también a todos los que habitan esas tierras, especialmente a nuestros misioneros y militantes en Perú.