Si elegimos el evangelio de este día como tema de nuestra meditación, creo que nos puede ayudar, el que situemos el texto dentro del capítulo 10 del evangelio de S. Lucas al que pertenece.
Los setenta y dos vuelven de la misión encomendada por Jesús, y manifiestan su alegría ante el éxito obtenido. El Maestro les hace ver cuál debe ser el motivo profundo de su alegría, que no son los poderes recibido contra el mal, sino la elección de la que han sido objeto por parte Dios: "...estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo." (Lc. 10,20). Y es entonces cuando nos encontramos con el Evangelio de hoy, que bien podemos dividirlo en dos partes:
- La primera parte: El himno de acción de gracias al Padre entonado por Jesús (Lc. 10,21-22).
- Este himno es obra del Espíritu Santo presente en Jesús.
- El motivo del mismo es la manifestación del Reino de los Cielos a los pobres, a los sencillos y a los humildes, es decir a la gente sencilla...
- El éxito de la predicación es la obra del Padre.
- Que abre los corazones de los ignorantes y sin medios.
- Mientras que se cierran los corazones de los sabios y prudentes según el mundo, por su suficiencia y no aceptación...
- Jesús nos manifiesta que ha recibido todo el Padre, y que su deseo es revelar a Dios Padre a todos los hombres...
- "Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.» (Lc.10,22).
- La intimidad del Padre con el Hijo y del Hijo con el Padre es parte del presupuesto de este himno.
- Y la segunda parte: La bienaventuranza que se desprende (Lc. 10,23-24).
- ¿Verdad que si leemos esos dos versículos con atención nos recordaran la exclamación de Simeón en Lc. 2,29-30:
- "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu salvador..."
- Se trata de la dicha de ver, con la profundidad de la historia pasada y ahora presente.
Hoy nuestra oración, que ha comenzado con un himno de Cristo, bien puede terminar con el gozo de una promesa: la bienaventuranza que promete.