Hoy es
el día que recordamos a Sta. Lucía que significa “luz”. Una santa con fuerte
raigambre en el pueblo cristiano. Virgen y mártir, pervive entre nosotros su
merecida santidad. Y le encomendamos el cuidado de la vista.
Con esta
intercesora preparamos nuestra oración invocando la ayuda del Espíritu Santo. Y
caldeando el corazón para la cercana venida de nuestro Salvador Jesucristo.
Las
lecturas van creando en nosotros esa disposición de apertura, conversión,
sinceridad. Aún quedan en nuestra memoria las invitaciones a recordar nuestra
condición de seres caducos. Esto, junto a la insistencia de Jesús en que es
necesario sufrir para entrar en su gloria. Contraste fuerte con la fiesta entrañable
de su venida pero con el signo de la cruz, siempre en el horizonte.
Las
personas somos seres de costumbres y nos manejamos por pautas heredadas.
Generalmente pensamos que esa es la mejor forma de actuar. Normalmente somos
bastante reacios a aceptar otras formas de hacer las cosas. Tenemos un ejemplo
en el Evangelio de hoy: los escribas, guiados por la letra del Antiguo
Testamento, pensaban que Elías debía regresar con la espectacularidad forjada
por ellos y maltrataron al que vino con el auténtico espíritu de Elías, es
decir, a Juan Bautista, y lo mismo hicieron con Jesús, el Mesías, a quien no
reconocieron por presentarse como varón de dolores y no como Mesías
bélico-político según sus categorías humanas.
Cuando
adoptamos esa actitud de inmovilismo, nos cuesta aceptar plenamente el
Evangelio de Cristo porque solemos dar largas: que si no lo comprendemos del
todo, que si el mal ejemplo de los responsables, que si las obras dicen una
cosa distinta de lo que se predica… Queremos “insensibilizar” la conciencia
para quedarnos tranquilos. Ya dijo Jesús: “vino nuevo en vasijas nuevas”.
Abrirse
a la novedad y al cambio en cada momento supone una actitud personal de
apertura y acogida, de humildad y disponibilidad, de aceptación y de
reconocimiento de la verdad que los otros puedan tener, de no cerrarse a la
propia interpretación de las cosas y de diálogo. Como dice el Papa Francisco
“Mente abierta, corazón creyente”.
Estamos
viviendo un nuevo año litúrgico. Muchas cosas van a suceder tanto a nivel
personal como social. Es el Señor que está viniendo en esos acontecimientos y
nos interpela. Nos puede ocurrir como a los escribas que anquilosados en sus
ideas no reconocieron ni a Juan ni a Jesús, o podemos adoptar la actitud de la
gente sencilla que se alegraba ante el mensaje de Jesús y sus acciones. La vida
es una “profecía” que va anunciando el paso del Señor por ella. Solo “los
despiertos” son capaces de reconocer las huellas del Salvador, no así los
“adormilados”.
Una
presencia muy importante del Señor son los pobres (también de corazón y
personas bien ricas con un vacío existencial importante), en ellos se
manifiesta Jesús y solidarizarnos con ellos es vivir el Evangelio. Y a los
pobres no hay que ir a buscarlos muy lejos, pues están bien cerca de nosotros y
esperan una respuesta humana y digna. Ellos nos piden un cambio de “costumbres”
y de hábitos de vida, porque hay pobres porque hay ricos. Y rico no es sólo el
que tiene mucho dinero sino aquel que no está dispuesto a cambiar de forma de
vida porque eso le supone llevar una vida más sencilla y sin tantas cosas.
En este
día de Santa Lucía pedimos al Señor; danos luz para descubrirte en cada
acontecimiento y valor para seguirte viviendo una vida sin tantas cosas que nos
impiden ver la necesidades de los demás.