Ofrecemos
nuestras vidas al Corazón de Cristo, por medio del Corazón Inmaculado de Santa
María, nuestra Reina y Madre, todos nuestros trabajos, alegrías y sufrimientos.
Y lo hacemos uniéndonos por todas las intenciones por las que se inmola
continuamente sobre los altares.
Celebramos
el tercer domingo de Adviento, el domingo de alegría. Así nos lo muestran las
lecturas de la Palabra de Dios para hoy, “estad siempre alegres” y, por si
acaso queda duda, nos lo repite: “estad alegres, el Señor está cerca”. Estas
palabras, esta solicitud está lanzada a todos los hombres que han oído el
mensaje. No es una recomendación sino que se nos llama a una disposición
interior. Y razones no nos faltan porque se nos anuncia el comienzo de nuestra
salvación. Pero, por otro lado, también somos peregrinos que vamos caminando,
muchas veces rodeados de dificultades y sufrimientos, personales o de otras
personas cercanas que también no afectan. Pero no. El mensaje de hoy no da
lugar a opciones y nos exige una alegría sincera interior sabiendo que lo que
se nos da, lo que vamos a celebrar estos días es tan grande que sobrepasa toda
dificultad, toda tristeza. Como cuando uno está en un cuarto con total
oscuridad y una simple lucecita rompe la tiniebla.
Esta
alegría es también una gracia que se nos da, un regalo. Pero hay que
trabajárselo, hay que merecerlo. San Pablo nos da una pautas claras para
conseguir esta alegría: “se constantes en orar. Examinadlo todo y quedaros con
lo bueno. Guardaos de toda forma de maldad, custodiad vuestro cuerpo y alma”.
Todas estas actitudes son gracias pero hay que suplicarlas. En el salmo que
rezábamos este sábado pedíamos: “restáuranos, que brille tu rostro y nos
salve”. La historia del hombre es siempre la misma, nuestra vida está salpicada
de pecados, necesitamos que nos restauren, que nos reparen ese corazón
deformado y maltratado por las asperezas mal encajadas de cada día y por
nuestro propio egoísmo. Por eso necesitamos alguien que nos repare pero, para
ello, nos tenemos que dar cuenta que estamos maltrechos y enfermos. Cristo
hecho niño es ese Restaurador, como dice Isaías, el que da buenas noticias y
esperanza a los que sufren, el que cura los corazones destrozados, sin
esperanza, el que libra del pecado a los cautivos y prisioneros.
También
la liturgia de hoy nos presenta el canto de júbilo de María. Al concebir a
Jesús, exulta de gozo, no puede retenerlo, es como una alegría incontenible que
la tiene que contar. Nos podemos quedar acompañando a María y escucharla, como
si fuéramos nosotros mismos los destinatarios de este mensaje. María está
exultante y nos quiere hacer partícipes de esta alegría:
Proclama mi
alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones.
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
A los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia.
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones.
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
A los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia.