14 diciembre 2014. Domingo de la tercera semana de Adviento (Ciclo B) – Puntos de oración

Ofrecemos nuestras vidas al Corazón de Cristo, por medio del Corazón Inmaculado de Santa María, nuestra Reina y Madre, todos nuestros trabajos, alegrías y sufrimientos. Y lo hacemos uniéndonos por todas las intenciones por las que se inmola continuamente sobre los altares.
Celebramos el tercer domingo de Adviento, el domingo de alegría. Así nos lo muestran las lecturas de la Palabra de Dios para hoy, “estad siempre alegres” y, por si acaso queda duda, nos lo repite: “estad alegres, el Señor está cerca”. Estas palabras, esta solicitud está lanzada a todos los hombres que han oído el mensaje. No es una recomendación sino que se nos llama a una disposición interior. Y razones no nos faltan porque se nos anuncia el comienzo de nuestra salvación. Pero, por otro lado, también somos peregrinos que vamos caminando, muchas veces rodeados de dificultades y sufrimientos, personales o de otras personas cercanas que también no afectan. Pero no. El mensaje de hoy no da lugar a opciones y nos exige una alegría sincera interior sabiendo que lo que se nos da, lo que vamos a celebrar estos días es tan grande que sobrepasa toda dificultad, toda tristeza. Como cuando uno está en un cuarto con total oscuridad y una simple lucecita rompe la tiniebla.
Esta alegría es también una gracia que se nos da, un regalo. Pero hay que trabajárselo, hay que merecerlo. San Pablo nos da una pautas claras para conseguir esta alegría: “se constantes en orar. Examinadlo todo y quedaros con lo bueno. Guardaos de toda forma de maldad, custodiad vuestro cuerpo y alma”. Todas estas actitudes son gracias pero hay que suplicarlas. En el salmo que rezábamos este sábado pedíamos: “restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”. La historia del hombre es siempre la misma, nuestra vida está salpicada de pecados, necesitamos que nos restauren, que nos reparen ese corazón deformado y maltratado por las asperezas mal encajadas de cada día y por nuestro propio egoísmo. Por eso necesitamos alguien que nos repare pero, para ello, nos tenemos que dar cuenta que estamos maltrechos y enfermos. Cristo hecho niño es ese Restaurador, como dice Isaías, el que da buenas noticias y esperanza a los que sufren, el que cura los corazones destrozados, sin esperanza, el que libra del pecado a los cautivos y prisioneros.
También la liturgia de hoy nos presenta el canto de júbilo de María. Al concebir a Jesús, exulta de gozo, no puede retenerlo, es como una alegría incontenible que la tiene que contar. Nos podemos quedar acompañando a María y escucharla, como si fuéramos nosotros mismos los destinatarios de este mensaje. María está exultante y nos quiere hacer partícipes de esta alegría:
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones.
Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
A los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia.


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