“De los pequeños es el Reino de los
cielos” – Meditación de Abelardo de Armas
Cuando escribo estas líneas es la tarde
del 24 de diciembre. Unas pocas horas y toda la Iglesia universal celebrará el
nacimiento de un Niño-Dios que nace de Madre-Virgen en la pobreza más mísera en
que se pueda nacer. Y es que lo propio del Amor es abajarse.
Sigo escribiendo ante un sagrario donde
el mismo Dios que se ocultó en un niño, se oculta bajo especies de pan. Y ante
tanta humillación me pregunto una vez más: ¿Cómo es posible que con este
ejemplo divino quiera yo ser santo por otro distinto camino? Y lo mismo me
pregunto de cuantos me rodean aspirando a la santidad, fin para el que fuimos
creados: “Nos eligió antes de todos los siglos para que fuésemos santos e
inmaculados en su presencia”.
¡Cuánto necesitamos creer que la nada,
lo pequeño, lo bajo, lo pobre, es la verdadera cumbre del que aspira a la
posesión de Dios en Él! A ese vivir yo, “ya no yo sino Cristo en mí” que nos
dice san Pablo tras estas otras palabras: “Con Cristo estoy clavado en la cruz”
(Gal 2, 19).
La santidad está siempre más abajo.
Buscarla en lo pequeño, en el último lugar, en lo que el mundo desprecia, es
cosa grande. A Dios no se sube sino bajando.
Cierto que la santidad es una cumbre,
pero a esa cumbre se sube bajando. El Niño de Belén y el Jesús de la cruz son
el camino a seguir. En una de nuestras canciones campamentales decimos: “Subir
bajando / no es un vivir soñando, / porque es subir al leño / en que Cristo
murió; / y esa es la altura / en que Jesús figura / como primer modelo / de
amar la humillación”.
Pero lo que contemplamos durante
nuestras vidas es precisamente todo lo contrario. Triunfar es subir, es
figurar. El vencedor sube al pódium en atletismo y levanta su trofeo. Ha
quedado el primero. Por el contrario, el que obtuvo la peor marca ocupa el último
puesto. En fútbol los últimos descienden de categoría. Los primeros ascienden o
se les premia con participar en las más importantes competiciones
internacionales.
La santidad es contraria a lo que nos
dicen nuestros sentidos. “Hay primeros que serán últimos, y últimos que serán
primeros”. Dios suma con lo que nosotros restamos. Porque la miseria combatida
y las limitaciones propias o ajenas aceptadas, las coloca detrás de su unidad.
Y lo que es un cero se convierte en diez, cien, mil, etc.
Por el contrario nosotros, en la medida
que tenemos talentos, valores o dones (simpatía, belleza, salud, inteligencia,
virtud…) valores – que repito, no son nuestros- y siguen siendo ceros, pero que
valoramos y estimamos hasta ponerlos delante de la Unidad que es Dios, cada vez
valemos menos, porque esos valores, antepuestos a Dios, son ceros a la
izquierda del valor absoluto que es nuestro Creador. Confundimos lo que tenemos
con lo que somos.
Acabo con otra estrofa de nuestros
cánticos campamentales. El lector puede sacar sus conclusiones: “Nunca mires a
la altura, / mira siempre más abajo. / Busca el último lugar. / Es este un duro
trabajo, / pero es el mejor atajo / para a la cumbre bajar”.