Empezamos nuestra oración invocando al
Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino e infunde en nuestros corazones el fuego
de tu amor”.
Estamos en tiempo de Adviento. Dios
viene y nos está esperando. San Juan Pablo II nos ha dejado testimonios de la
humildad y a la vez libertad en el amor de la Virgen María. Espero que el texto
que adjunto a continuación os ayude en vuestra oración. Se trata de una catequesis
de Juan Pablo II sobre el Evangelio de la Misa de este domingo.
La esclava obediente del Señor
Catequesis de Juan Pablo II (4-IX-96)
1. Las
palabras de María en la Anunciación: «He aquí la esclava del Señor; hágase en
mí según tu palabra» (Lc 1,38), ponen de manifiesto una actitud característica
de la religiosidad hebrea. Moisés, al comienzo de la antigua alianza, como
respuesta a la llamada del Señor, se había declarado su siervo (cf. Ex 4,10;
14,31). Al llegar la nueva alianza, también María responde a Dios con un acto
de libre sumisión y de consciente abandono a su voluntad, manifestando plena
disponibilidad a ser «la esclava del Señor».
La expresión «siervo» de Dios se aplica
en el Antiguo Testamento a todos los que son llamados a ejercer una misión en
favor del pueblo elegido: Abraham (Gn 26,24), Isaac (Gn 24,14) Jacob (Ex 32,13;
Ez 37,25), Josué (Jos 24,29), David (2 Sm 7,8) etc. Son siervos también los
profetas y los sacerdotes, a quienes se encomienda la misión de formar al
pueblo para el servicio fiel del Señor. El libro del profeta Isaías exalta en
la docilidad del «Siervo sufriente» un modelo de fidelidad a Dios con la
esperanza de rescate por los pecados del pueblo (cf, Is 42-53). También algunas
mujeres brindan ejemplos de fidelidad, como la reina Ester, que, antes de
interceder por la salvación de los hebreos, dirige una oración a Dios,
llamándose varias veces «tu sierva» (Est 4,17).
2. María,
la «llena de gracia», al proclamarse «esclava del Señor», desea comprometerse a
realizar personalmente de modo perfecto el servicio que Dios espera de todo su
pueblo. Las palabras: «He aquí la esclava del Señor» anuncian a Aquel que dirá
de sí mismo: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a
dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,45; cf. Mt 20,28). Así, el Espíritu
Santo realiza entre la Madre y el Hijo una armonía de disposiciones íntimas,
que permitirá a María asumir plenamente su función materna con respecto a
Jesús, acompañándolo en su misión de Siervo.
En la vida de Jesús, la voluntad de
servir es constante y sorprendente. En efecto, como Hijo de Dios, hubiera
podido con razón hacer que le sirvieran. Al atribuirse el título de «Hijo del
hombre», a propósito del cual el libro de Daniel afirma: «Todos los pueblos,
naciones y lenguas le servirán» (Dn 7,14), hubiera podido exigir el dominio
sobre los demás. Por el contrario, al rechazar la mentalidad de su tiempo manifestada
mediante la aspiración de los discípulos a ocupar los primeros lugares (cf. Mc
9,34) y mediante la protesta de Pedro durante el lavatorio de los pies (cf. Jn
13,6), Jesús no quiere ser servido, sino que desea servir hasta el punto de
entregar totalmente su vida en la obra de la redención.
3. También
María, aun teniendo conciencia de la altísima dignidad que se le había
concedido, ante el anuncio del ángel se declara de forma espontánea «esclava
del Señor». En este compromiso de servicio ella incluye también su propósito de
servir al prójimo, como lo demuestra la relación que guardan el episodio de la
Anunciación y el de la Visitación: cuando el ángel le informa de que Isabel
espera el nacimiento de un hijo, María se pone en camino y «de prisa» (Lc 1,39)
acude a Galilea para ayudar a su prima en los preparativos del nacimiento del
niño, con plena disponibilidad. Así brinda a los cristianos de todos los
tiempos un modelo sublime de servicio.
Las palabras «Hágase en mi según tu
palabra» (Lc 1,38), manifiestan en María, que se declara esclava del Señor, una
obediencia total a la voluntad de Dios. El optativo «hágase» (génoito), que usa
san Lucas, no sólo expresa aceptación, sino también acogida convencida del
proyecto divino, hecho propio con el compromiso de todos sus recursos
personales.
4. María,
acogiendo plenamente la voluntad divina, anticipa y hace suya la actitud de
Cristo que, según la carta a los Hebreos, al entrar en el mundo, dice:
«Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo (...).
Entonces dije: ¡He aquí que vengo (...) a hacer, oh Dios, tu voluntad!» (Hb
10,5-7; Sal 40,7-9).
Además, la docilidad de María anuncia y
prefigura la que manifestará Jesús durante su vida pública hasta el Calvario.
Cristo dirá: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a
cabo su obra» (Jn 4,34). En esta misma línea, María hace de la voluntad del
Padre el principio inspirador de toda su vida, buscando en ella la fuerza
necesaria para el cumplimiento de la misión que se le confió.
Aunque en el momento de la Anunciación
María no conoce aún el sacrificio que caracterizará la misión de Cristo, la
profecía de Simeón le hará vislumbrar el trágico destino de su Hijo (cf. Lc
2,34-35). La Virgen se asociará a él con íntima participación. Con su
obediencia plena a la voluntad de Dios, María está dispuesta a vivir todo lo
que el amor divino tiene previsto para su vida, hasta la «espada» que
atravesará su alma.
Conclusión: Pidamos hoy al Padre que, por intercesión de la Virgen María, nos dé
la gracia de tener un corazón lleno de ternura y humildad para poder
sorprendernos y alegrarnos nosotros también con la próxima venida del niño
Dios.