Iniciamos nuestro rato de oración
poniéndonos en presencia de Dios, reconociendo nuestra pobreza para hacer toda
obra buena y pedimos luz y fuerza al Espíritu Santo a través de María para
acoger la palabra de Dios.
No temas, sigue hablando y no te calles,
que Yo estoy contigo.
Estas palabras del Señor a San Pablo son
como un momento de tregua en la batalla, un confirmarle en la misión para que
siga anunciando con valentía el Evangelio, pues si Dios está con él ¿quién
contra él?
No le dice que no vayan a faltar las
pruebas, la persecución de los judíos que intentan quitarlo de en medio acusándolo
ante Galión. Pero le ha dicho: «Yo estoy contigo y nadie se atreverá a hacerte
daño; muchos de esta ciudad son pueblo mío.»
La misma invitación que hizo a San Pablo
nos la hace hoy a nosotros: «muchos de los que te encuentras cada día a tu lado
son pueblo mío. Yo estoy contigo».
Probablemente nos veamos muy incapaces,
pero el Señor sólo nos pide hacer ese poquito que está en nuestra mano, ese
momento a momento vivido con amor, olvidándonos de nosotros mismos para que
Jesús se le haga presente al otro. Intentemos no olvidar ese «Yo estoy
contigo», volver una y otra vez a la presencia del Señor para que Él actúe en
nosotros.
Él nos escogió por heredad suya
Oramos con el salmo 46 aclamando a Dios
con gritos de júbilo porque nos escogió por heredad suya, nos escogió para ser
sus hijos en el Hijo. ¡Qué don tan inmerecido! ¡Gracias Señor!
El Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra, Dios es el rey del mundo y todo lo hizo por amor,
para hacernos partícipes de sus dones.
Tocad para Dios, tocad, tocad para
nuestro Rey, tocad.
Volveré a veros, y se alegrará vuestro
corazón, y nadie os quitará vuestra alegría
En el Evangelio el Señor nos habla sin
ambages, nos dice que lloraremos y que nos lamentaremos, mientras el mundo
estará alegre. Pero enseguida dice que vuestra tristeza se convertirá en
alegría.
¿Qué diferencia puede haber entre una
persona del mundo y un creyente? Quizás la fundamental es que uno no ha creído
en las palabras de Jesús y el otro ha dado fe a sus palabras. Y dar fe a sus
palabras es orientar toda la vida en la órbita de Jesús, relativizando tantas
cosas que no son realmente importantes y buscando vivir en plenitud sus
mandamientos, vivir esperando la segunda venida del Señor, como nos dice: «en
que volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra
alegría. Ese día no me preguntaréis nada.»