22 mayo 2015. Viernes de la séptima semana de Pascua – Puntos de oración

El evangelio de hoy nos invita a tener un coloquio íntimo con Jesús a imitación del que tuvo Pedro a orillas del lago Tiberíades. Podemos imaginarnos la escena: los discípulos vueltos a su tierra de origen, ocupados con las labores de siempre, y de repente… la aparición de Jesús y la pesca milagrosa. Cuando incluso tras la Resurrección los apóstoles han vuelto a la rutina y la mediocridad, Jesús vuelve a sorprender y a cambiar el curso de los acontecimientos para volverse a poner en el centro. Para que le volvamos a poner en el centro.
En realidad, lo que busca no es otra cosa que nuestro corazón. Por eso después de lo espectacular del milagro tiene lugar una de las escenas más entrañables recogidas en los evangelios: la conversación con Pedro, que todavía se siente lastrado por el pecado de la negación. Nosotros también nos sentimos agobiados por el peso de muchos pecados. No solo los cometidos, sino los que sospechamos que acabaremos cometiendo por nuestra incapacidad para cambiar el rumbo de nuestra vida, de dar un poquito más al Señor. A nosotros también se nos acerca a la orilla del lago, de nuestro trabajo, de nuestro hogar familiar… De aquellas situaciones en que más incapaces somos, menos sentido vemos o más dolorosas. La pregunta que nos dirige, imaginémoslo hoy, ¿me amas? No una, sino tres veces.
Ante sus ojos. Sin miedo de clavar nuestra mirada en la suya. A pesar de que no estamos a su altura él desea una relación de amistad con nosotros. Y responder desde nuestro fuero interno, desde la realidad de nuestra vida.

Y meditemos esa sugerencia final: “Sígueme”. ¿Dónde Señor? ¿Cuál es tu camino en mi vida?

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