Invocaciones para la oración de hoy (en
cuanto me despiste o me vaya por los cerros de Úbeda, vuelvo a la oración con
una de ellas):
No hay otro Dios, sino tú, Señor. Muéstranos, Señor, tu misericordia. Espíritu Santo, derrama sobre mí tus siete sagrados dones.
Con la llegada del Espíritu Santo hemos
recibido un gran impulso en nuestra vida. Pero como siempre que pasa algo así
hay que hacer dos cosas. Por una parte, abrir bien nuestro corazón y nuestra vida
para que penetren hasta el fondo todos los dones recibidos. Y, en segundo
lugar, no dejar que se enfríe con el paso de los días todo el bien recibido.
Por eso es muy importante la oración de
estos días. Sobre todo porque todavía estamos en el tiempo de acoger la gracia
del Espíritu. Sobre todo, el don de la Piedad. Recogernos
físicamente y espiritualmente para que este don que nos hace amar más todo lo
de Dios y a Dios mismo, nos llegue profundamente. También pediría, y trabajaría
por acoger especialmente estos días, el don de la Fortaleza. La
lectura del Evangelio avisa de que es muy posible que tengamos que beber el
mismo cáliz de Jesús, como lo pedían Santiago y Juan. Que cuando venga el
momento de la prueba, la marginación y la persecución, seamos capaces de
aguantar el tirón, y perdonando.
Y, una oración, que nos haga poner a
Dios en el centro de todo lo que hacemos. Que Dios sea nuestro único Dios. No
andemos buscando por ahí diosecillos baratos o hagamos un dios populista, pero
terreno. Dios es Dios. La lectura del Eclesiástico nos lo muestra como un Dios
poderoso y terrible, que hace grandes obras, pero que abruma un poco con su
esplendor y gloria. El salmo, sin embargo, nos lo muestra como un Dios
misericordioso, que se acuerda del hombre, que lo libera de la cautividad y lo
acoge como una oveja de su rebaño.
Sintámonos amados por tan buen Dios que
nos envía su Espíritu para poder caminar con solvencia, hoy, por las calles de
nuestra ciudad.