Escribe Juan de Ávila que Dios nos habla
por sus enviados en el Antiguo y Nuevo Testamento excepto en el Evangelio que
nos habla directamente, por sí mismo. “Lo que en otras partes ha dicho, ha
sido hablar él por boca de sus siervos; y lo que habló en la humanidad que
tomó, hablólo por su propia persona.” (San Juan de
Ávila).
Por eso entiendo que lo primordial de
nuestra oración debe ser el reflexionar cada día el evangelio que la Iglesia
nos propone, leerlo tranquilamente y ver que nos dice a nosotros en ese
momento. Cuando salí de mi primera tanda de ejercicios con Abelardo, esa fue la
oración que me propuso para lo sucesivo. Leer despacio cada día el evangelio y
luego quedarme diez minutos reflexionándolo. Me ha llamado la atención que el
Papa Francisco insista repetidamente en la misma práctica y casi con las mismas
palabras. Que receta tan sencilla para proponer a alguien que se
inicie en el camino de la oración.
Abe nos advertía de un peligro.
Recordando muchas veces una frase del racionalista Renán: “Jesús y yo nos
conocemos muy bien, pero no nos tratamos”, nos animaba al “trato” en la
oración. De tal manera que el conocimiento pasase de la cabeza al corazón y de
este a la vida. Dice Francisco que esta práctica nos va “permeando”
y acabamos teniendo los mismos sentimientos que tuvo Jesús, como Pablo
comentaba en sus cartas.
Para el “trato” es muy importante la
disposición interior. El “traer los cinco sentidos” de Abelardo. Las palabras
de este pasaje no fueron dichas en la cruz, pero los sentimientos debieron
pasar una y otra vez por el corazón de Jesús en esos momentos. No sería
herético recordar aquella composición de lugar que describía Abe,
de situarnos a la misma altura de la cruz, para mirar desde allí a los
Apóstoles que encomienda al Padre.
En este evangelio, Jesús pide al Padre
por ellos para que los “guarde” (v.11-16) y los “santifique”
(v.17-19).
Que los guarde en la unidad, “para
que sean uno, como nosotros”. Yo me voy que soy el fundador. A mí alrededor
salvo el tesorero, el resto habéis perseverado. “Cuando
estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los
custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición… Ahora voy a ti”.
Judas el tesorero, se pierde. Tiene un
cargo y además un cargo peligroso: administrar el dinero. El cargo suele
producir en nosotros una sensación de cierta autocomplacencia y si además
manejamos dinero, acabamos creyéndonos con derecho a una “comisión” por las
gestiones realizadas. Así empezó la caída de Judas y así se ha repetido muchas
veces esta historia.
Pide por la unidad “que sean uno”.
Como buen fundador deja claro a quien elige como sucesor. Él sabe que no tiene
el mismo ascendiente el fundador que el sucesor del fundador, que se buscará un
resquicio para justificar que el sucesor se equivoca y aparecerán
otros aspirantes al cargo y como consecuencia la desunión. Así se ha
repetido muchas veces esta historia.
“…el mundo los ha odiado porque no son
del mundo”. El que adora los criterios del mundo
y obra conforme a ellos, no acepta al que vive las bienaventuranzas, le repele,
le resulta insoportable su presencia. Ahora bien: “No ruego que los retires
del mundo”, ellos son la luz del mundo, la sal de la tierra, no se
oculta la luz bajo el celemín y la sal está hecha para condimentar mezclándose
con los alimentos, no para comerla sola. Que no caigan en formas
espiritualistas de egoísmo, de permanecer encerrado en sí mismo, que tengan
capacidad de comunicarse, de diálogo, en definitiva: de condimentar.
Finalmente la santificación esta en
consagrarse a la verdad, al Espíritu de la verdad que enviará, en aceptar en la
teoría y en la practica la unción del Espíritu Santo que nos instruye y nos
lleva a la verdad completa. Pidamos ayuda a la Madre para en adelante, empezar
a vivir según nos enseña el evangelio.