María
corre presurosa a la montaña porque está llena de Espíritu Santo. Está embriaga
de amor, un amor concreto y realista, fuerte y generoso, que se hace servicio
humilde y desinteresado.
Este
podía ser un resumen de por qué Ella, la Virgen montañera, es la patrona de
nuestra campaña de la Visitación. Y ahí se sintetizan las cualidades
sobrenaturales y humanas que deben reinar en nosotros si queremos imitarla
durante el verano.
MARÍA,
LLENA DE ESPÍRITU SANTO. Descendió como el gran don del Padre en la
Anunciación. La cubrió con su Sombra y la hizo Madre de Dios La respuesta de
María es fe y abandono. Agradecimiento y servicio.
Con su
fe se hace Virgen de la Alianza, sólo Dios es su dueño y Señor; establece un
pacto irrompible entre Dios y la humanidad. Con su sí, Dios se convierte en
Salvador y Redentor del hombre; su fe gigante es la anilla sólida que anuda a
Dios y su Pueblo.
María es
la esclava del Señor, que todo lo espera de Él. Se humilla y obedece con paz
inalterable. El mundo rueda y rueda en su entorno, se agita con pasiones de ida
y vuelta, pero María está afincada en la paz de la obediencia humilde y
confiada.
María es
agradecimiento a manos llenas, primero a Dios su Salvador, y luego a los
hombres y mujeres que le acompañan en su camino de vida y ofrenda. No se siente
la privilegiada en una torre de marfil, sino la humilde esclava en la hilera
inmensa de los hijos de Dios salvados con misericordia eterna. Por eso es
alegre y agradecida.
MARÍA,
LLENA DE AMOR. Si el Espíritu Santo es el fuego del amor de Dios,
entonces María está abrasada en el más puro amor. Y por eso, como el amor es
difusivo, reparte amor a todos a manos llenas.
Si a
nosotros nos gustan los frutos del amor (¿a quién no?), debemos esforzarnos en
dejarnos llenar del fuego del Espíritu Santo. A menudo pretendemos dar amor,
hacer el bien, perdonar, ofrecer una ayuda, siquiera una sonrisa, y nos
encontramos desnudos y desprovistos de fuerza. Por eso, este comienzo de la
campaña de la Visitación, nos puede impulsar, mirando a la Virgen, a situar en
el centro a Dios, la fe, la humildad y la obediencia. A buscarle más a Él que a
ninguna otra cosa. Ojalá éste sea el verano del Espíritu Santo, el verano de
los sacramentos, la oración, y la lectura espiritual. Y, entonces, seguro
que es el verano del servicio y la solidaridad.