Empezamos nuestra oración invocando al
Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino e infunde en nuestros corazones el fuego
de tu amor”.
“Padre, éste es mi deseo: que los que me
confiaste estén conmigo”. Con estas palabras nuestro Señor nos indica cuál es
su mayor alegría, que estemos con Él, que seamos sus amigos. Se lo pide a Dios
padre. El Hijo abre su corazón al Padre y le expresa su mayor deseo. Nosotros
sabemos, porque el Señor nos lo ha dicho muchas veces en las Escrituras y por
boca de los Santos, que estar con Él es lo único que nos va a dar el mayor gozo
y la mayor felicidad, porque Él es la verdadera luz que nos ilumina e indica el
camino de la alegría. Estamos en Pascua y la luz del cirio ilumina todas
nuestras celebraciones y nos recuerda quien es la verdadera Luz que alumbra
nuestro camino, Jesucristo. Nos da el sentido y la felicidad en nuestra vida y
nos acompaña siempre, y si permanecemos con Él nos regalará la gracia de contemplar
su gloria. Pero la gloria de Dios la podemos empezar a pregustar en esta vida,
por ejemplo en la práctica de los sacramentos, donde Dios se manifiesta con su
poder y su gloria. ¡¡¡No abandones la práctica de los sacramentos, se fiel a
encontrar la verdadera Felicidad!!!
Como San Pablo, tal como se nos relata
en la lectura de los Hechos de los apóstoles, tenemos que ser valientes y dar
testimonio de la verdadera Luz y no tenemos que tener miedo a hacer lo que el
Señor nos pide.
Le pedimos a la Santísima Virgen que nos
abra los ojos del corazón para ver la verdadera Luz y que nos dé paso firme y
decidido para seguirla con todas nuestras fuerzas y ser fiel a esta tarea, que
es la tarea de encontrar la verdadera Felicidad.