1. Gracias, Bernabé, por confiar y
“fichar” a Pablo para la santa misionera “selección”. De este modo, “La Iglesia gozaba de paz y se iba consolidando, vivía
en el temor del Señor y crecía en número, asistida por el Espíritu Santo” (Act
9,26-31)
Pablo, el gigante, el perseguidor
perseguido, el “alcanzado” por Cristo… seguiría asustando, aterrando a los
cristianos si no hubiese sido por los puentes y lazos tendidos por testigos
coherentes como Bernabé. ¿Soy coherente, testigo creíble, de una pieza… que
“ficho” “saulos-pablos” para hacer crecer nuestra Iglesia como desea el
Espíritu Santo?
2. Todos los confines de la tierra se
acordarán y volverán al Señor… porque esta
es la obra del Señor. (Salmo 22(21))
Sí, y aunque sean tantas las nubes,
tantas las señales negativas… TODOS volverán al Señor porque es su obra y tiene
más ganas que yo de que así suceda.
3. Hijitos míos, no amemos solamente con
la lengua y de palabra, sino con obras y de
verdad… Su mandamiento es este: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo,
y nos amemos los unos a los otros como él nos ordenó. (1 Jn
3,18-24.)
Obras son amores y no buenas razones.
Ama (como Cristo nos amó) y haz lo que te dé la gana
4. Yo soy la vid, vosotros los
sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada podéis hacer. (Jn 5,1-8)
Nadie da lo que no tiene. Nada somos sin
el SER. Nuestro querido San Juan Pablo II lo escribió bien clarito en Christifideles
laici n.18 al hablarnos del misterio de la Iglesia-Comunión:
Oigamos de nuevo las palabras de Jesús:
«Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador (...). Permaneced en mí, y
yo en vosotros» (Jn 15, 1-4).
Con estas sencillas palabras nos es
revelada la misteriosa comunión que vincula en unidad al Señor con los
discípulos, a Cristo con los bautizados; una comunión viva y vivificante, por
la cual los cristianos ya no se pertenecen a sí mismos, sino que son propiedad
de Cristo, como los sarmientos unidos a la vid.
La comunión de los cristianos con Jesús
tiene como modelo, fuente y meta la misma comunión del Hijo con el Padre en el
don del Espíritu Santo: los cristianos se unen al Padre al unirse al Hijo en el
vínculo amoroso del Espíritu.
Jesús continúa: «Yo soy la vid; vosotros
los sarmientos» (Jn 15, 5). La comunión de los cristianos entre sí nace de su
comunión con Cristo: todos somos sarmientos de la única Vid, que es Cristo. El
Señor Jesús nos indica que esta comunión fraterna es el reflejo maravilloso y
la misteriosa participación en la vida íntima de amor del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. Por ella Jesús pide: «Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí
y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que
tú me has enviado» (Jn 17, 21).
Esta comunión es el mismo misterio de la
Iglesia, como lo recuerda el Concilio Vaticano II, con la célebre expresión de
San Cipriano: «La Iglesia universal se presenta como "un pueblo congregado
en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"»[52]. Al inicio de
la celebración eucarística, cuando el sacerdote nos acoge con el saludo del
apóstol Pablo: «La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la
comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros» (2 Co 13, 13), se nos
recuerda habitualmente este misterio de la Iglesia-Comunión.