3 mayo 2015. Domingo de la quinta semana de Pascua (Ciclo B) – Puntos de oración

1. Gracias, Bernabé, por confiar y “fichar” a Pablo para la santa misionera “selección”. De este modo, “La Iglesia gozaba de paz y se iba consolidando, vivía en el temor del Señor y crecía en número, asistida por el Espíritu Santo” (Act 9,26-31)
Pablo, el gigante, el perseguidor perseguido, el “alcanzado” por Cristo… seguiría asustando, aterrando a los cristianos si no hubiese sido por los puentes y lazos tendidos por testigos coherentes como Bernabé. ¿Soy coherente, testigo creíble, de una pieza… que “ficho” “saulos-pablos” para hacer crecer nuestra Iglesia como desea el Espíritu Santo?
2. Todos los confines de la tierra se acordarán y volverán al Señor… porque esta es la obra del Señor. (Salmo 22(21))
Sí, y aunque sean tantas las nubes, tantas las señales negativas… TODOS volverán al Señor porque es su obra y tiene más ganas que yo de que así suceda.
3. Hijitos míos, no amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad… Su mandamiento es este: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros como él nos ordenó.  (1 Jn 3,18-24.)
Obras son amores y no buenas razones. Ama (como Cristo nos amó) y haz lo que te dé la gana
4. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada podéis hacer. (Jn  5,1-8)
Nadie da lo que no tiene. Nada somos sin el SER. Nuestro querido San Juan Pablo II lo escribió bien clarito en Christifideles laici n.18 al hablarnos del misterio de la Iglesia-Comunión:
Oigamos de nuevo las palabras de Jesús: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador (...). Permaneced en mí, y yo en vosotros» (Jn 15, 1-4).
Con estas sencillas palabras nos es revelada la misteriosa comunión que vincula en unidad al Señor con los discípulos, a Cristo con los bautizados; una comunión viva y vivificante, por la cual los cristianos ya no se pertenecen a sí mismos, sino que son propiedad de Cristo, como los sarmientos unidos a la vid.
La comunión de los cristianos con Jesús tiene como modelo, fuente y meta la misma comunión del Hijo con el Padre en el don del Espíritu Santo: los cristianos se unen al Padre al unirse al Hijo en el vínculo amoroso del Espíritu.
Jesús continúa: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos» (Jn 15, 5). La comunión de los cristianos entre sí nace de su comunión con Cristo: todos somos sarmientos de la única Vid, que es Cristo. El Señor Jesús nos indica que esta comunión fraterna es el reflejo maravilloso y la misteriosa participación en la vida íntima de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Por ella Jesús pide: «Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 21).

Esta comunión es el mismo misterio de la Iglesia, como lo recuerda el Concilio Vaticano II, con la célebre expresión de San Cipriano: «La Iglesia universal se presenta como "un pueblo congregado en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"»[52]. Al inicio de la celebración eucarística, cuando el sacerdote nos acoge con el saludo del apóstol Pablo: «La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros» (2 Co 13, 13), se nos recuerda habitualmente este misterio de la Iglesia-Comunión.

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