Comienzo mi rato de oración en la
presencia de Dios. Sin este primer paso no puedo avanzar cada día en la vida de
oración. Si no cultivo la vida de oración la fe se debilita y pierdo la
perspectiva de la meta. La meta es la eternidad.
San Juan Bosco nos puede ayudar a entender el evangelio de san Juan que
hoy nos propone la liturgia. Le gustaba repetir que para no perder el norte y
vivir de fe hay “tener la eternidad en la cabeza, a Dios en el corazón y el
mundo a los pies”. Sin vida de oración es difícil mantener la cabeza, el corazón
y los pies en su lugar. Todos muy necesarios pues cada uno cumple su función.
Nos dice el evangelio: “Jesús,
levantando los ojos al cielo…” Si levantamos la cabeza, los ojos al cielo,
ya en estas noches luminosas de mayo nos encontramos con la
inmensidad del cosmos, y en medio del silencio se toca casi la eternidad.
A continuación Jesús entra en diálogo
íntimo con el Padre y nos habla con el corazón: “Padre, ha llegado la
hora, glorifica a tu hijo, para que tu hijo te glorifique y por el poder que
tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le
confiaste.
Y en ¿qué consiste la vida eterna?
“Que te conozcan a ti, único Dios
verdadero, y a tu enviado, Jesucristo…” O sea,
que la vida eterna consiste el algo mucho más trascendente que descubrir a
existencia de Dios a través de los acontecimientos, de las personas y de las
cosas, de la naturaleza…
Que le conozca. La cabeza tiene la función de coordinar la razón, el conocimiento… Que
conozca, por medio de la fe el misterio de que Jesús es a la vez,
verdadero Dios y verdadero hombres. Este misterio lo acepto por el don de la
fe.
…Sigue san Juan Bosco, “y el mundo a
los pies”. Y al final del texto del evangelio de hoy, Jesús nos dice: “…Sí,
todo lo mío lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya
no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti”.
Sigue este diálogo íntimo entre el Padre y el Hijo nos anima a seguir junto él,
porque se marcha al cielo pero a la vez permanece entre nosotros resucitado.
Y por último la súplica que propone san
Ignacio de Loyola en el (104 EE) de la Segunda Semana de Ejercicios. “Demandar
lo que quiero; será aquí demandar conocimiento interno del Señor,
que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga”. ¿Qué
te parece si le pedimos esta misma súplica que nos propone san Ignacio por
medio de María.
Santa María de la resurrección: Que le
conozca con la cabeza, que le ame con todo el corazón y que siga caminando tras
él.