“La Iglesia tiene necesidad de un perenne Pentecostés: tiene necesidad de
fuego en el corazón, de palabra en sus labios, de profecía en la mirada. Tiene
necesidad del Espíritu Santo”. Estas palabras tan vivas del beato Pablo VI nos
inician en la oración de este Domingo de Pentecostés con el deseo ardiente de
recibir ese “viento recio” y esa “llama de fuego” que se manifestó en el primer
pentecostés: ¡Ven, Espíritu divino! ¡Manda tu luz desde el cielo!
Tenemos necesidad de un Pentecostés perenne, ¿pero qué hemos de hacer para
recibirlo? Recordemos el primero y aprendamos las “leyes” permanentes que
atraen la efusión del Espíritu Santo.
No hay Pentecostés sin la Virgen María: los discípulos “perseveraban en la oración con un mismo espíritu, en
compañía de algunas mujeres, de María, la Madre de Jesús” (Hch 1,14). Por ello,
le pedimos a la Virgen que nos conceda estar espiritualmente unidos a Ella, más
aún, que nos acoja en su Corazón de Madre, Purísimo, Morada del Espíritu Santo.
Ella hará que recibamos los dones del Espíritu Santo si estamos junto a Ella
perseverando en la oración.
“Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”:
El evangelio narra la aparición de Cristo resucitado a los once. Haciendo una
aplicación de sentidos me imagino en la escena y dejo que la luz del Resucitado
me ilumine con su claridad, escucho las palabras de Jesús –Paz a vosotros– y
siento su aliento de vida en mi cara. El primer efecto del don del Resucitado
es el perdón de los pecados: “a quienes les perdonéis los pecados, les quedan
perdonados”. Esto me lleva a valorar el sacramento del perdón como un
pentecostés en el que Cristo vivo, a través de la Iglesia, sopla sobre mí su
Espíritu para que me dé vida divina. Puedo recordar y saborear las palabras de
la absolución sacramental con las que el sacerdote me perdona los pecados en
nombre de Cristo y descubrir cómo se menciona la efusión del Espíritu Santo: “Dios
Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la
resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los
pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo
te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo”.
“Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos”: la secuencia de
Pentecostés nos dice que el Espíritu Santo se recibe en proporción a la fe.
Cuanto más creamos en el poder de lo Alto, en la extraordinaria Fuerza con que
Dios puede transformar nuestras vidas, más le permitiremos actuar. Pedimos con
fe los dones del Espíritu. Nos puede ayudar esta oración hecha por un grupo de
siete jóvenes de la Milicia de Santa María pidiendo cada uno un don del
Espíritu antes de recibir el sacramento de la Confirmación:
- Espíritu Santo, te pido el don de sabiduría para experimentar y vivir las cosas de Dios.
- Te pido el don de entendimiento para comprender la Palabra de Dios y seguirla con fe y alegría.
- Dame el don de ciencia para poder notar la presencia de Dios en este mundo creado.
- Espíritu Santo, dame el don de fortaleza para hacer lo que Dios quiere de mí, superando la timidez y la agresividad.
- Dame el don de consejo para que me ayude a decidir lo que es bueno o malo y a no desviarme del camino que me lleve hacia Dios.
- Te pido el don de piedad para extinguir de mi corazón la tensión, la amargura y la cólera y alimentarlo con la comprensión, el amor y el perdón.
- Te pido, Espíritu Santo, que me otorgues el don de temor de Dios, para no entristecer a Dios con el pecado.