Hoy regresamos al Tiempo Ordinario,
tiempo litúrgico entre los tiempos fuertes de Navidad y Pascua. Es el más largo
del año y no tiene nada de anodino ni de aburrido. Como tampoco debe serlo
nuestra vida cotidiana, la de todos los días, la de trabajo, estudio, familia.
Tiempo para conocer al Señor. Jesús, en este tiempo lo vemos crecer en edad,
sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres. Se nos presenta ya maduro
en su vida de trabajo, primero en Nazaret y después en la vida pública.
Cumpliendo siempre la voluntad de su Padre.
Con el reciente buen sabor de la fiesta
de ayer, podemos seguir implorando la venida del Espíritu Santo. Ahora en este
rato de oración, de manera siempre nueva, con alegría y perseverancia. Podemos
repetir muchas veces, despacio; ¡Ven Espíritu Santo! ¡Ilumina mi inteligencia,
fortalece mi voluntad, caldea mi corazón con el fuego de tu amor!
Os propongo para la meditación de hoy el
Evangelio del día, es de San Marcos (Mc 10, 17-27). Nos narra el encuentro de
Jesús con uno que se acercó a él corriendo. Esta es la primera actitud que nos
llama la atención. Parece que estaba ansioso por llegar a Jesús, y al verlo ya
no pudo esperar más y emprendió la carrera. Es muy probable que fuera un chico
joven. ¿Y yo qué? ¿Tengo tangas ganas de ver a Jesús que no puedo esperar más?
Se me vienen a la memoria los versos de Santa Teresa, mujer apasionada que
buscaba vivamente a Jesús:
¡Cuán triste es, Dios mío, la vida sin ti! Ansiosa de verte, deseo morir.
La vida con Jesús es plena porque sólo
Él tiene palabras de vida eterna. ¿Qué es lo realmente importante en esta vida?
El joven que se acercó a Jesús, le preguntó: ¿Qué tengo que hacer para heredar
la vida eterna? Esta es la pregunta más adecuada que nos podemos hacer y que le
podemos hacer al Señor. Porque todo lo temporal es por naturaleza caduco y no
puede llenar totalmente el corazón humano. Pensemos en este rato de oración en
las preguntas que más nos urgen a cada uno, que más nos inquietan…
Juan Pablo II en su carta a los jóvenes
del año 1985 comenta esta pregunta diciendo ¿qué he de hacer? ¿Qué he de hacer
para alcanzar la vida eterna? “La juventud de cada uno de vosotros, queridos
amigos, es una riqueza que se manifiesta precisamente en esas preguntas. El
hombre las pone a lo largo de toda su vida. Sin embargo durante la juventud se
imponen de un modo particularmente intenso, incluso insistente. Y es bueno que
suceda así (...)
A esta pregunta, la respuesta que da
Jesús es: “ya sabes los mandamientos: … Y el joven replicó: Maestro, todo
eso lo he cumplido desde pequeño. Jesús con cariño se le quedó mirando y le
dijo: Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres
–así tendrás un tesoro en el cielo- , y luego sígueme. Todos sabemos
lo que hizo el joven, ante esta respuesta de Jesús: él frunció el ceño
y se marchó pesaroso, porque era muy rico.
Volviendo al tema de la vida eterna y
uniéndolo con la respuesta de Jesús, podemos decir que la vida eterna es estar
con Jesús, compartir su vida, vivir su misma vida. Y todo lo demás es caduco,
pasajero, relativo. Pero para creer esto hay que estar vacío de uno mismo, es
decir, hay que ser libres. Estar libre de las mil ligaduras con que nos atamos
a la tierra y que muchas de ellas se compran con dinero. Los ricos son los que
confían en sí mismos y en sus cosas, por encima de Dios. ¿Quién es tu Dios, en
quién confías?
Terminemos invocando al Espíritu Santo
por medio de la Virgen María: ¡Ven Espíritu Santo! ¡Ilumíname, fortaléceme,
llena mi corazón con el fuego de tu amor!