Durante esta semana es necesario vivir
la experiencia del cenáculo. El domingo anterior el Señor se nos fue al cielo y
esto era necesario para que nos enviara el Espíritu Santo. Por eso durante
estos días es necesario unirse a la Virgen y suplicar: ¡VEN ESPÍTITU
SANTO!
Todo el tiempo que Jesús pasó en la
tierra, lo pasó preparando a sus discípulos para el momento de su muerte y
resurrección, en primer lugar, y después para el momento de la separación; por
eso tanta insistencia en que cuando venga el Paráclito, “Él os lo enseñará todo
y comprenderéis mis palabras”
Durante los días que pasaron desde la
Ascensión hasta Pentecostés, los discípulos se escondieron y en torno a la
Virgen se dedicaban a esperar al que Jesús les había prometido. No sabían muy
bien lo que iba a suceder pero la Madre común les daba fuerzas para no perder
la esperanza.
¡Cómo necesitamos, también hoy,
juntarnos en torno a María e implorar la venida del Espíritu Santo!
¡Necesitamos sentir de nuevo las palabras de Jesús deseándonos la paz y la
alegría!
La alegría debe ser el carnet de
identidad de los cristianos y esforzarse por mantener esa alegría que nace del
corazón es imprescindible. La perfecta alegría nace de un corazón puro y en
gracia de Dios. Te animo a recibir en estos días el sacramento de la
penitencia. Que nunca el recuerdo de tus pecados te quite la alegría.
San Francisco de Asís un día, riñó a uno
de sus compañeros que parecía estar triste y con el rostro apenado: “¿Por qué
manifiestas así la tristeza y el dolor que sientes por tus pecados? Es un
asunto entre Dios y tú. Pídele que te dé, por su bondad, el gozo de la
salvación. Delante de mí y delante de los demás, procura presentarte siempre
gozoso, porque no es bueno que un servidor de Dios aparezca delante de los
hermanos o de los otros hombres con un rostro triste y enfurruñado”.
Para terminar la oración, te invito a
rezar, despacio la siguiente oración al Espíritu Santo.