10 noviembre 2015. Martes de la XXXII semana del T. Ordinario – San León Magno – Puntos de oración

Empezamos nuestra oración invocando al Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino e infunde en nuestros corazones el fuego de tu amor”.
Hoy celebramos la fiesta de San León Magno. Fue papa entre los años 440 y 461. Fue el pontífice más importante de su siglo. Tuvo que luchar fuertemente contra los enemigos que querían capturar Roma, Atila y los Hunos, y contra los que querían engañar a los católicos con errores y herejías.
El Señor nos ama tanto que nos ha hecho a su imagen y semejanza. Debemos pedir al Señor el don de la santidad porque por nosotros mismos no podemos por mucho que queramos, ser santos. Por ello, está bien que nos acordemos de vez en cuanto, en nuestra oración, de pedirle este regalo. Como dice la lectura del Libro de la Sabiduría, la vida de los justos, de los santos, está en manos de Dios y Él los va a proteger siempre. Ojalá busquemos en todo momento la santidad. Buscar la santidad es un acto que hacemos gracias nuestra libertad iluminada por la gracia de Dios. De tal manera que si nos decidimos a hacer esto y seguirle, ignorando las sugerencias del Diablo, seremos felices eternamente. El Señor protege a los que quieren seguirle, les da el poder para reinar y les llena de favores.
En el salmo responsorial repetimos la antífona Bendigo al Señor en todo momento. Todo ser viviente alabe y bendiga al Señor. Al Dios omnipotente que da el sentido a nuestra existencia y nos concede la alegría y la paz del corazón. Nos hace reinar en esta tierra, porque el rey es el más feliz en sus reinos. Gustaremos su felicidad ya en esta tierra si nos dejamos llevar por él y le seguimos sin contemplaciones.
El Evangelio de san Lucas que contemplamos hoy nos dice qué actitud debemos adoptar con respecto a los demás. Debemos ser humildes y agradecidos. Tratar a los demás como nos gustaría que nos tratasen a nosotros. Pero esto no hay que hacerlo como algo superficial o una norma de educación, sino como algo que el mismo Dios nos ha mostrado. Él, Dios mismo, bajo a la tierra, se hizo humilde y nos sirvió, siendo infinitamente mejor que nosotros.
Le pedimos a la Virgen María que interceda por nosotros y nos haga ser humildes a tratar a los demás como si tratásemos en ellos a Dios mismo.

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