24 noviembre 2015. Martes de la XXXIV semana de T.O. – S. Andrés Dung-Lac y co. – Puntos de oración

Ofrecemos nuestras vidas al Corazón de Cristo, por medio del Corazón Inmaculado de Santa María, nuestra Reina y Madre, todos nuestros trabajos, alegrías y sufrimientos. Y lo hacemos uniéndonos por todas las intenciones por las que se inmola continuamente sobre los altares.
Nos encontramos entre dos fiestas que marcan el final y comienzo del año litúrgico, la Solemnidad de Cristo Rey y el primer Domingo de Adviento, tiempo que nos prepara a celebrar la venida del Salvador. La proximidad de la Fiesta de la Navidad nos tiene que ir calentando el corazón con esa alegría de recordar que pronto celebraremos la alegría de nuestra salvación. Vendrá el que salva.
Las lecturas de la misa de hoy tienen un matiz apocalíptico, en el sentido de que se nos da una revelación de esperanza, no de pesadumbre y oscuridad. La primera lectura del profeta Daniel es una esperanza al pueblo de Israel. Los reinos poderosos, violentos y opresores pasarán. El sufrimiento que han dejado, brotará en esperanza. Pueblos del hierro, del bronce, de la plata y el oro. Los metales son signos de poder, de fortaleza y de violencia. Aún hoy en día, los metales siguen representando la opresión y la violencia, el oro y el acero, el poder y la opresión de los poderosos. Esa piedra que cae rodando y destroza los reinos del metal, del poder y la opresión, es el Reino de Dios, un reino de esperanza, que nunca será destruido. La última frase del profeta Daniel en la lectura de hoy es contundente: “El sueño tiene sentido, la interpretación es cierta”. Después de más de dos mil años de esta visión, con la objetividad y visión que nos ha dejado la historia, lo podemos confirmar. La interpretación es cierta. El nuevo Reino de Dios ha llegado a través de Jesucristo para instaurarse en nuestro mundo. Un Reino de pobreza y humildad, de gente sencilla y que sufre pero, a pesar de ello, el Reino perseverará, la Iglesia de Dios ya no tendrá fin. Perseguida, golpeada, humillada, torturada pero perseverante, apoyada en el Señor.
Precisamente hoy celebramos la fiesta de San Andrés Dung-Lac, presbítero, y compañeros, mártires, pertenecientes al pueblo de Vietnam. Vietnam recibió la fe en el siglo XVI. Pero no tardó en llegar la persecución. En los tres siglos sucesivos vinieron tiempos de sufrimiento, con edictos de persecución decretados por los que tiranizan a los puebles, donde se calculan que fueron martirizados alrededor de 130.000 hombres, obispos, sacerdotes, misioneros, laicos. Españoles, franceses, pero en su mayoría vietnamitas. Podemos decir que “estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero" (Apoc 7, 13-14)”. Para los cristianos debe de ser un honor toda esa multitud de hombres que, a lo largo de la historia, siguen consolidando, con su entrega confiada en el Señor, los cimientos de la Iglesia. ¡Qué grande es la Iglesia, por su sufrimiento, por su entrega, por la sangre de sus mártires! Sangre de mártires, semilla de nuevos cristianos. Gente humilde y sencilla que tuvieron la fe y la gracia para dar su vida sabiendo que lo que dejan y desprecian poca cosa es comparado con el poder ser acogidos en el Reino de Dios. La gracia de la salvación eterna.

Pues nos ponemos junto a la Virgen en este tiempo de espera que ya pronto comenzaremos. Los que soñáis y esperáis, la buena nueva, abrid las puertas al Niño, que está muy cerca…

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