Empezamos
nuestro rato exclusivo con el Señor, invocando al Espíritu Santo. Recordamos
que siempre en nuestro rato diario de oración estamos acompañados por la
presencia maternal de María. A san José, siguiendo un consejo del padre
Morales, le pedimos por nuestra perseverancia.
“Si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu
corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás”. Alguien que tenga un corazón asentado
en la certeza de que Dios lo resucitó, se salvará. No solamente por esa
convicción intelectual, sino porque habrá llevado una vida coherente con la
misma. “El hombre piensa más con el corazón que con la cabeza” nos repetía el
padre Morales.
Las lecturas de hoy nos hablan de mensaje y predicación.
El evangelio siguiendo este hilo nos narra la elección de los cuatro primeros
apóstoles dedicados a estas tareas. Siempre y con más intensidad quizás
actualmente el ejemplo o coherencia de vida, da autenticidad y peso a la
palabra predicada.
Si un monseñor dice necesitar para vivir un piso de 400
metros cuadrados, suscita duda o simplemente no se ve mucha coherencia con
profesar con los labios que “Jesús es el Señor”. Jesús es Dios, pero es
el pobre del pesebre, el humilde artesano de Nazaret, es el que ora y pasa
hambre en el desierto, el que se humilla y guarda cola para ser bautizado por
Juan, el que predica las bienaventuranzas, el que no tiene donde reclinar la
cabeza, finalmente el que pasa haciendo el bien y muere despojado de todo en
una cruz.
Este pasaje de la elección de Andrés y Pedro, Santiago y
Juan resulta abrupto si no se tiene en consideración otro de Juan 1 (35-42),
que es claro precursor de este. Jesús se ha ganado a Andrés y este le lleva a
su hermano Simón, al que cambiará su nombre por el más apropiado a su misión:
Pedro.
Francisco, sucesor de Pedro, nos recuerda que Andrés es el
Patrón del Patriarcado Ecuménico, cargo que nos alienta a salir de nuestros
límites y comodidades para buscar y escuchar a los “otros”. “Porque no hay distinción entre judío y griego; ya
que uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan”.
En 2014 el día de San Andrés, estando Francisco en Turquía
nos habló de tres voces a las que no podemos dejar de oír para ser plenamente
discípulos de Jesús: los pobres, las víctimas de los conflictos y los jóvenes.
· Los
pobres no solo nos piden ayuda material, que también lo hacen. Nos piden sobretodo
que les ayudemos a defender su dignidad, que les ayudemos a recuperar sus
energías espirituales para poder construir su propia historia.
· Las
víctimas de los conflictos. Viendo el sufrimiento de los más débiles e
indefensos, de esos niños con ojos tristes, ropa sucia y muchas veces
ensangrentada, que nos muestra la tele. ¡Qué ridículas quedan nuestras disputas
y nuestras comodidades!.
· Los
jóvenes atención prioritaria de nuestra Cruzada-Milicia. Muchos de ellos viven
sin esperanza, vencidos por la desconfianza y resignación. Nosotros estamos
obligados a valorar y transmitir el auténtico humanismo que brota del evangelio
y la experiencia de la Iglesia. No olvidando las herencias más significativas
de los pioneros de nuestro carisma: la mística campamental y los ejercicios
espirituales, presentándolos en el lenguaje que el joven entienda.
Acabar nuestra oración con un coloquio con el Maestro, recordando
que no nos predicamos a nosotros mismos, no somos divos, predicamos a Cristo y
este en la integridad de su vida, reflejada en el evangelio.