“Al despertar, Señor, me saciaré de
tu semblante” Salmo 16
Después de despertar, me pongo en la presencia de Dios y
aplicaré los cinco sentidos para comunicarme con Él. Para hablarle como
se hace entre dos amigos. Así lo hacía Moisés con Yahvé.
Este salmo nos coloca en esta disposición.
El Señor está mucho más despierto que yo. Pero me pide una
actitud activa, atenta, llena de esperanza. Ahora, ya más consciente me hago
propia esta estrofa del salmo:
“Señor, escucha mi apelación,
Atiende a mis clamores,
Presta oído a mi súplica,
Que en mis labio s no hay engaño”.
Escucha, atiende a mis clamores, presta oído a mi súplica.
Mira que soy sincero, estoy muy necesitado. ¿De verdad es esta mi actitud cada
día al empezar el día? Encomiendo al Señor todo el día, todas mis
ocupaciones y preocupaciones. A todas las personas con las que me toca convivir
en el trabajo, en el estudio, en el transporte, el tiempo de descanso… y a
todas las personas desconocidas con las que me cruce por la calle en este día…
¿Me esfuerzo en descubrir el rostro de Dios, Jesús
Encarnado en todas estas personas, con sus propias ocupaciones, sufrimientos y
alegrías…?
En la siguiente estrofa del salmo, manifiesta un deseo que
lo quiero hacer propio. Constato que mis pasos no fueron firmes en
su seguimiento, pero mi deseo es que:
“Mis pies estén firmes en tus
caminos,
Y no vacilaron mis pasos.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;
Inclina el oído y escucha mis palabras”.
Y terminamos pidiendo su protección a lo largo de todo
este día.
“Guárdame como a las niñas de tus
ojos,
A la sombra de tus alas escóndeme.
Pero con mi apelación vengo a tu presencia,
Y al despertar me saciaré de tu semblante”