Como zaguán de nuestra contemplación
podemos tener en cuenta las palabras finales que nos presentaba ayer el
evangelio de S. Juan en la fiesta de Cristo Rey:
“…..yo nací y vine al mundo para
decir lo que es la verdad. Y todos los que pertenecen a la verdad, me
escuchan”.
Tenemos pues a Jesús como MAESTRO
queriendo decirnos hoy una palabra. Y nosotros queremos pertenecer A LA VERDAD,
escuchando con atención, docilidad y cariño.
Jesús, a raíz de la observación
directa de cómo y cuánto echan en el arca de las ofrendas, los adinerados y una
pobre viuda, enseña a sus discípulos (también a
nosotros).
Y aprendemos que para entrar en la
verdad de las cosas habremos de mirarlas con los ojos de Dios. Él tiene la
medida, conoce lo que hay en nuestro interior y nos marca la actitud (“y
cantidad de dinero que podemos o debemos dar). Pongo
entre paréntesis, comillas y cursiva pues donde dice dinero pensemos cualquier
actitud, hecho o realidad de nuestra vida que, en la oración, deseamos poner
bajo la mirada del Señor.
Asimismo, Jesús nos descubre dos actitudes que se dan ante Dios:
1ª La de querer cumplir ante uno
mismo (autoengaño) y ante los demás (hipocresía): vivir en la mentira
2ª La de dar lo que puedes e incluso
más: andar en verdad (Sta. Teresa)
* En la primera actitud es propio;
querer acallar la conciencia con pequeñitas entregas (para ir tirando en mi
conciencia) y respecto a los demás “si no se dan cuenta de mi vida privada”
puedo dar el pego que cumplo, soy correcto… Realizo “gestos sociales de Fe”. En
todo esto el corazón está enfermo, no genera alegría sana.
* En la segunda actitud se descubre;
darlo todo no nos es posible sin la referencia a Dios. Y respecto a Él, sólo
podemos darlo todo, con lo que se nos quedan “los bolsillos del alma vacíos”.
Pero aquí está el secreto de “los pobres” en el Evangelio; el corazón está
lleno, rebosa paz y serena alegría fruto de vaciarse del ego. Y sobre todo de
una esperanza, de una declaración de amor en el Dios que SÍ llena el corazón,
aunque a veces los bolsillos anden agujereados.
Seguro que cuando Jesús hablaba de
esa pobre viuda, de fondo estaba la presencia de su misma madre. Y recordaba
cómo, en su pobreza, iba apartando un poquito de aquí y de allá para echar el
sábado su aportación en la sinagoga. Cómo “hacía horas extras” para ayudar con
unas ropitas, hechas a mano, a aquella vecina muy pobre que iba a dar a luz. O
ese panecillo de más que le daba a Jesús para que lo entregara en el almuerzo a
“Samuelillo” que no llevaba nunca nada, tan pobre era.
El recuerdo de su madre también al
ver las manos de aquella mujer…Y se dijo; “las manos de mi madre son toscas,
nudosas y arrugadas” pero cuánto amor han derramado, cuánto cariño a Dios,
hecho pan, ropitas, servicio, sembrando paz….
Actitudes que sin duda queremos hacer
nuestras preparando, en este Adviento, la venida del Señor. Y haremos la
oración que, al vernos incapaces de vivir esas actitudes que nos pide Jesús,
vamos a repetir frecuentemente;¡ Ven, Señor Jesús!