En
el día de hoy nos adentramos en la Palabra de Dios a partir de la lectura del
libro de los Reyes que nos presenta el pasaje en el que Elías visita a la viuda
de Sarepta. Una mujer sumida en la desesperación sin más futuro que aguardar la
muerte acechada por la sequía que asola el país. Humanamente no puede hacer
nada más, consumir los pocos víveres que le restan, insuficientes, y esperar el
final. En esa situación de desolación y sin salida Dios irrumpe por medio del
profeta Elías para traer esperanza y un nuevo comienzo. Solo una condición es
requerida: la confianza y el abandono en las, aparentemente absurdas,
disposiciones de Dios para sacarle de esa situación: aceptar adelantar el final
compartiendo lo poco que tiene. A pesar de que el resultado va a ser el mismo,
una repugnancia tiene que ser vencida.
Lo mismo nos sucede a nosotros. Muchas veces en la vida
nos encontramos en situaciones atascadas, difíciles o con pocas probabilidades
de éxito y a pesar de eso nos cuesta abandonarnos a la oración, es decir,
intensificarla con pequeños actos de adoración, de sacrificio, de plegaria. O
no salirnos del momento presente abandonando el pasado a la misericordia de
Dios y el futuro a su providencia. O creer que debemos dedicarnos solo al Reino
y que lo demás se nos dará por añadidura, de modo que nos refugiamos en
nuestros egoísmos, nuestras seguridades y comodidades sin atrevernos a amar en
pequeños detalles olvidándonos de nosotros mismos.
Hoy las lecturas nos apremian abandonarnos en la Divina
Misericordia. Bien con esta historia del libro de los Reyes que nos habla a
modo de parábola. Bien con la insistencia del Salmo: “[El Señor] que mantiene
su fidelidad perpetuamente / que hace justicia a los oprimidos / que da pan a
los hambrientos […] / El Señor endereza a los que ya se doblan…”. Bien
recordándonos, como la lectura de la carta de los Hebreos que tenemos
intercediendo un Sacerdote en el Cielo que ha ofrecido su sangre por nosotros y
cuyo sacrificio vale más que el de ningún otro hombre. Bien, finalmente, con
ese detalle de delicadeza de Jesús en el Evangelio de apreciar la generosidad
de un corazón que se entrega por completo. Y que nos insiste: “Daros del todo a
mí que veo en lo escondido. Dadme aunque os parezca que no tenéis nada para
darme. Dadme vuestros problemas, vuestras preocupaciones, vuestras
dificultades. Dadme. Sed generosos conmigo”.