8 noviembre 2015. Domingo de la XXXII semana de Tiempo Ordinario (Ciclo B) – Puntos de oración

En el día de hoy nos adentramos en la Palabra de Dios a partir de la lectura del libro de los Reyes que nos presenta el pasaje en el que Elías visita a la viuda de Sarepta. Una mujer sumida en la desesperación sin más futuro que aguardar la muerte acechada por la sequía que asola el país. Humanamente no puede hacer nada más, consumir los pocos víveres que le restan, insuficientes, y esperar el final. En esa situación de desolación y sin salida Dios irrumpe por medio del profeta Elías para traer esperanza y un nuevo comienzo. Solo una condición es requerida: la confianza y el abandono en las, aparentemente absurdas, disposiciones de Dios para sacarle de esa situación: aceptar adelantar el final compartiendo lo poco que tiene. A pesar de que el resultado va a ser el mismo, una repugnancia tiene que ser vencida.
Lo mismo nos sucede a nosotros. Muchas veces en la vida nos encontramos en situaciones atascadas, difíciles o con pocas probabilidades de éxito y a pesar de eso nos cuesta abandonarnos a la oración, es decir, intensificarla con pequeños actos de adoración, de sacrificio, de plegaria. O no salirnos del momento presente abandonando el pasado a la misericordia de Dios y el futuro a su providencia. O creer que debemos dedicarnos solo al Reino y que lo demás se nos dará por añadidura, de modo que nos refugiamos en nuestros egoísmos, nuestras seguridades y comodidades sin atrevernos a amar en pequeños detalles olvidándonos de nosotros mismos.

Hoy las lecturas nos apremian abandonarnos en la Divina Misericordia. Bien con esta historia del libro de los Reyes que nos habla a modo de parábola. Bien con la insistencia del Salmo: “[El Señor] que mantiene su fidelidad perpetuamente / que hace justicia a los oprimidos / que da pan a los hambrientos […] / El Señor endereza a los que ya se doblan…”. Bien recordándonos, como la lectura de la carta de los Hebreos que tenemos intercediendo un Sacerdote en el Cielo que ha ofrecido su sangre por nosotros y cuyo sacrificio vale más que el de ningún otro hombre. Bien, finalmente, con ese detalle de delicadeza de Jesús en el Evangelio de apreciar la generosidad de un corazón que se entrega por completo. Y que nos insiste: “Daros del todo a mí que veo en lo escondido. Dadme aunque os parezca que no tenéis nada para darme. Dadme vuestros problemas, vuestras preocupaciones, vuestras dificultades. Dadme. Sed generosos conmigo”.

Archivo del blog