Con
este domingo da comienzo el tiempo de Adviento, ese precioso periodo del año
mezcla de esperanza y alegría. Y de todas las lecturas del día de hoy me quedo
con estas palabras:
“Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la
bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día;
porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra”.
¡¡Tened cuidado!! Que sólo son cuatro semanas!! ¡¡Tened
cuidado!! Que el consumismo de nuestro tiempo y los agobios de la vida pueden
hacernos vivir como si Dios no existiera, distrayéndonos de lo más importante,
la Navidad que se avecina. Y es que este tiempo lo establece la Iglesia
precisamente para prepararnos para el nacimiento del Señor, el acontecimiento
central. Y ¿cómo prepararnos?: rezando con fe, viviendo con esperanza y
ejerciendo la caridad durante estas cuatro semanas.
Pidiendo con fe, pues somos conscientes de nuestra
debilidad y sabemos, quizás por advientos anteriores, nuestra incapacidad para
cumplir nuestros buenos propósitos y vivir con coherencia. Necesitamos empezar
este tiempo de adviento suplicando la fuerza del Espíritu para vivir con
coherencia nuestra fe.
Viviendo los agobios de la vida desde la esperanza de
sabernos amados, ¡y perdonados! ya desde antes de haberlo merecido. Sabiendo
que el Señor vendrá, y “caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la
tierra”. Porque el Señor viene para todos, también para aquellos que no le
esperan. Un lazo de amor que no nos dejará caer al abismo, que acaso se haga
esperar, pero que nos salvará de hundirnos (quizás en la mediocridad, quizás en
la desesperación). Como hizo con San Pedro caminando sobre las aguas, o con la
viuda de Naín caminando tras el féretro de su hijo, o con la mujer adúltera a
punto de ser apedreada. La esperanza fundamentada en la misericordia del
Señor de la que nada ni nadie nos podrá separar.
Y, por último, ejercitando la caridad. Porque el amor, la
caridad, es lo único que cuando más repartes, más tienes. Cuatro semanas para
darnos a los demás renunciando a uno mismo, en cosas pequeñas, pero concretas.
El ejercicio frecuente de la caridad nos hará tener el alma fresca y dispuesta,
en actitud de salida, que diría el Papa Francisco.
“Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y
de amor a todos”.