Lc 21, 20-28
Al empezar la oración hay que pedir
luz al Espíritu Santo, ponerme en la presencia de Dios consciente de ante quién
estoy y de qué voy a hacer para que ese encuentro con Él solo sea como todo el
día, ordenado en su servicio y alabanza.
Siempre es bueno orar al ritmo de la
vida de la Iglesia, ahora nos encontramos al final del año litúrgico en la que
las lecturas que se nos proponen nos hablan del final de los tiempos, de
asedios, de señales cósmicas, de guerras, de destierros, etc. Según Jesús hay
que ver algo más que meros sucesos, son también acontecimientos en los que Dios
nos habla. Esos acontecimientos nos deben de hablar de nuestros rompimientos
del plan de Dios, de nuestros pecados que nos dejan reducidos a escombros como
el templo de Jerusalén, de nuestros rechazos de la salvación que Jesús nos trae
a cada uno de nosotros.
Con todos estos acontecimientos de
dolor, muerte y destrucción la misericordia de Dios se despierta y no somos
rechazados por Dios para siempre. Su rechazo es una especie de aviso para que
demos el paso a nuestra conversión e iniciemos el camino que tantos santos en
la historia de la Iglesia han recorrido después de caer en el pecado han oído
la palabra de Jesús que les decía y que hoy nos dice a cada uno de nosotros
“levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación”, esos pecadores
perdonados que son los santos han creído siempre que Dios es rico en
misericordia.
De todos los acontecimientos
negativos de los hombres Dios siempre tiene planes salvadores, pues la muerte
no tiene la última palabra. De hecho, la ruina de Jerusalén, y la destrucción
su templo fueron decisivas para la implantación del Reino; pues la naciente
comunidad cristiana, de origen judío, tuvo la oportunidad de extender el evangelio
a todo el mundo y anunciar la salvación a todos los hombres.
Cada conversión personal donde nos
abrimos a la acción del Espíritu Santo, cada victoria del amor sobre el
egoísmo, cada celebración del sacramento de la reconciliación, cada Eucaristía
celebrada son pasos hacia la venida gloriosa de Jesucristo que nos liberará
definitivamente. Ningún otro nos puede liberar, ni bajo el cielo ni sobre la
tierra se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos y en quien podamos
confiar. Por eso tengamos ánimo; se acerca nuestra liberación, es ya realidad
presente aquí y ahora.
Al final de la oración no debemos
olvidarnos de darle gracias a Dios Padre por las gracias recibidas, por su luz
y por su fuerza, y a la vez pedir perdón por tantas veces como he cerrado el
oído para no escuchar sus palabras de salvación.