26 noviembre 2015. Jueves de la XXXIV semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Lc 21, 20-28
Al empezar la oración hay que pedir luz al Espíritu Santo, ponerme en la presencia de Dios consciente de ante quién estoy y de qué voy a hacer para que ese encuentro con Él solo sea como todo el día, ordenado en su servicio y alabanza.
Siempre es bueno orar al ritmo de la vida de la Iglesia, ahora nos encontramos al final del año litúrgico en la que las lecturas que se nos proponen nos hablan del final de los tiempos, de asedios, de señales cósmicas, de guerras, de destierros, etc. Según Jesús hay que ver algo más que meros sucesos, son también acontecimientos en los que Dios nos habla. Esos acontecimientos nos deben de hablar de nuestros rompimientos del plan de Dios, de nuestros pecados que nos dejan reducidos a escombros como el templo de Jerusalén, de nuestros rechazos de la salvación que Jesús nos trae a cada uno de nosotros.
Con todos estos acontecimientos de dolor, muerte y destrucción la misericordia de Dios se despierta y no somos rechazados por Dios para siempre. Su rechazo es una especie de aviso para que demos el paso a nuestra conversión e iniciemos el camino que tantos santos en la historia de la Iglesia han recorrido después de caer en el pecado han oído la palabra de Jesús que les decía y que hoy nos dice a cada uno de nosotros “levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación”, esos pecadores perdonados que son los santos han creído siempre que Dios es rico en misericordia.
De todos los acontecimientos negativos de los hombres Dios siempre tiene planes salvadores, pues la muerte no tiene la última palabra. De hecho, la ruina de Jerusalén, y la destrucción su templo fueron decisivas para la implantación del Reino; pues la naciente comunidad cristiana, de origen judío, tuvo la oportunidad de extender el evangelio a todo el mundo y anunciar la salvación a todos los hombres.
Cada conversión personal donde nos abrimos a la acción del Espíritu Santo, cada victoria del amor sobre el egoísmo, cada celebración del sacramento de la reconciliación, cada Eucaristía celebrada son pasos hacia la venida gloriosa de Jesucristo que nos liberará definitivamente. Ningún otro nos puede liberar, ni bajo el cielo ni sobre la tierra se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos y en quien podamos confiar. Por eso tengamos ánimo; se acerca nuestra liberación, es ya realidad presente aquí y ahora.

Al final de la oración no debemos olvidarnos de darle gracias a Dios Padre por las gracias recibidas, por su luz y por su fuerza, y a la vez pedir perdón por tantas veces como he cerrado el oído para no escuchar sus palabras de salvación.

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