16 noviembre 2015. Lunes de la XXXIII semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

“Recobró la vista y le seguía glorificando a Dios” (Lc 18, 43)
El único caso, según los relatos evangélicos, en que Jesús permite seguirle a uno que ha curado.
Porque el seguimiento estrecho de Jesús, “queriendo y deseando imitarle en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como espiritual”, ha de ser -como dice san Ignacio-, “queriéndome vuestra santísima majestad elegir y recibir en tal vida y estado”.
La gracia de la vocación a una vida consagrada. Que sin duda no concedió Jesús al endemoniado de Gerasa cuando, tras ser curado, pidió a Jesús seguirle y Él le contestó: “Vuélvete a tu casa y refiere lo que te ha hecho Dios”. Pero que, no obstante, le convirtió en modelo de laico consecuente con su bautismo: “Y fue por toda la ciudad pregonando cuanto le había hecho Jesús”.
Estar, pues, prestos para escuchar la llamada de Dios y seguirla.
Llamada

Entra en tu santuario,
no importa que te asalte el sueño.
Silencia tus potencias, tus pensamientos.
Albérgate donde habita Dios.
Quédate donde vive Jesús.
Así, en el silencio de la noche,
cuando parece que no sucede nada,
ni oyes otra cosa que la propia respiración,
quizá percibas un leve susurro,
a modo de voz, que pronuncia tu nombre,
sin saber a ciencia cierta quién lo dice,
ni de dónde viene el eco del sonido.
Es momento de estar atento,
de agudizar el oído, para distinguir el origen de la voz,
quizá en lo más profundo de ti mismo.
No te asustes.
Espera a tomar conciencia
de la circunstancia que te envuelve.
Es posible que el Señor te haya hecho misericordia,
y te esté invitando a adentrarte en su morada.
No inventes.
Si no oyes o no descifras el sentido, espera.
Una actitud recomendada es la de permanecer atento,
abierto a la posibilidad de la llamada.
En estos casos es axiomática la respuesta:
“Aquí estoy”. “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.
A veces, la percepción de la provoca un acontecimiento,
una persona que pasa junto a ti.
Si a su paso se instala en tu conciencia una moción,
un sentimiento compasivo, una invitación generosa,
es momento de obedecer, de levantarte, si es preciso,
de dejar lo que te ata o entretiene.
Cuando cumples generosamente la indicación,
y llevas a cabo el encargo,
descubres dentro de ti la luz, el gozo, la libertad.
No hay mejor decisión que la de seguir la llamada,
que se acredita divina, por la paz.

Atrévete a decir:
“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”

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