10 mayo 2016. Martes de la séptima semana de Pascua – San Juan de Ávila – Puntos de oración

Empezamos nuestra oración invocando al Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino e infunde en nuestros corazones el fuego de tu amor”.
¡¡¡El Señor ha ascendido al Cielo!!! Hace dos días celebramos el día de la Ascensión del Señor. Después de permanecer acompañando a sus discípulos y apareciéndoseles durante 40 días, completa su triunfo ascendiendo al cielo y sentándose a la derecha del Padre. Antes de ascender al Cielo, Jesús se dirigió al Padre con las palabras que nos relata el Evangelio, que es palabra de Dios.
“Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste”. Se acuerda de nosotros y le pide al Padre, que por su intercesión, nos dé la vida eterna y como dice el salmo 99: “nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño”, somos aquellos que le fuimos confiados. En otro lugar del Evangelio de hoy nos dice: “Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por éstos que tú me diste, y son tuyos”. Jesús le pide constantemente al Padre por nosotros. Nos ama tanto que nunca nos abandona y somos del Padre.
“Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo”. El conocer al Padre y al Hijo ya es la vida eterna aquí en la tierra y es la mayor alegría que podemos tener como Hijos del mismo Padre. Por ello, no debemos conformarnos con el conocimiento y la vivencia que, ahora mismo, tenemos de nuestra fe y del amor de Dios ya que cuanto más nos esforcemos, por amor, venciéndonos a nosotros mismos, en acercarnos al corazón de Cristo, más estaremos gustando de los dones de la vida eterna, aquí en la tierra.
“Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti”. El Señor ascendió al Cielo y ahora nos encomienda la misión de darle a conocer al mundo. Como San Pablo, como nos cuenta la primera lectura, debemos completar la carrera y cumplir con el encargo del Señor: Ser testigo de Cristo y del Evangelio y llevarlo a los demás desde la palabra, el amor y la misericordia.

Terminamos nuestra oración pidiendo la intercesión de nuestra madre la Virgen. Ella, la llena de gracia, es nuestra madre y no se aparta de nuestro lado. Que nos conceda ser testigo del Señor Resucitado ante los que tenemos encomendados por Dios, que son los que tenemos más próximos: familia, amigos, compañeros de estudio o trabajo,…

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