26 mayo 2016. Jueves de la octava semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Mc 10, 46-52
Iniciar nuestra oración pensando cómo Dios me está esperando, me mira complacido y sentir la mirada que un día le regaló al joven rico “fijando en él la mirada lo amó”.
La escena que narra el evangelio de hoy se sitúa en Jericó donde se agrega al grupo que acompañan a Jesús un ciego que está sentado al borde del camino con su mano extendida para recoger las limosnas de la gente. El hombre se llama Bartimeo que al enterarse que se acerca Jesús, empezó a gritar: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí”, lo manda llamar y le pregunta: ¿Qué quieres que haga por ti? La respuesta es previsible: Maestro que pueda ver. A lo que Jesús le dice: Anda, tu fe te ha curado. Es lo que Jesús quería dejar patente: la fe del ciego es la que le consigue el favor de Dios. Al instante el ciego recobró la vista y seguía a Jesús por el camino.
En esta narración hay una espléndida exposición de catequesis dirigida a los cristianos del siglo I y también a nosotros, sobre el seguimiento de Jesús. Los cristianos del siglo XXI que sentados al borde del camino sienten que necesitan una luz para entender el sentido de la vida y que están pidiendo a voces sin darse cuenta: “Ten compasión de mí”. En este año de la Misericordia debemos ser los cristianos que sentimos constantemente en nosotros a Dios rico en misericordia los que animemos a tantos ciegos que hay en el mundo con las palabras que animaron a Bartimeo “ánimo, levántate, que te llama”. En este rato de oración hacer examen por si algunas veces somos como los del pasaje del evangelio que ponen obstáculos: “le regañaban para que se callara, pero él gritaba con más fuerza” y es cuando surge el diálogo directo con ese Maestro que es la luz que ilumina nuestras tinieblas de mente y corazón.
La fe es la gran sabiduría que el Padre nos regala, el gran tesoro por el que vale la pena sacrificarlo todo. Porque con la fe se ven las cosas, la vida y las personas con otros criterios, los de Dios y no los de los hombres. Es el regalo que nos quiere hacer la Virgen María en este mes consagrado a ella, la fe, toda su grandeza está en que se dejó llevar por una fe plena en la voluntad del Padre, desde el instante del “HÁGASE” en Nazaret hasta el “ESTAR” al pie de la cruz. Toda su vida la vivió en la más pura fe a los designios misteriosos del Padre de los cielos, es por eso por lo que todas las generaciones la aclamamos como Reina y Madre de todos los creyentes.

Al final de nuestra oración darle gracias al Señor por tanto bien recibido y suplicarle que nos preparemos para recibir al Espíritu Santo para poder ir por todo el mundo anunciando la Buena Nueva que es Cristo Resucitado.

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