27 mayo 2016. Viernes de la octava semana de T.O. – San Agustín de Cantorbery – Puntos de oración

Del evangelio que hoy nos presenta la Iglesia, se desprenden dos posibles temas para nuestra consideración: el primero sale como al paso y es el de la higuera que no tenía fruto y que Jesús "maldijo", y el segundo la expulsión de los vendedores del Templo.
Me gustaría fijarme en el primero, sin olvidar el segundo, pues podemos sacar alguna aplicación práctica para nuestra vida cristiana.
Las higueras eran parte de la economía familiar en Israel. Era fácil  la conservación de los higos debido a su alto nivel de azúcar. Las cosechas de higos se guardaban durante mucho tiempo en la forma de higos secos. Se cosechaba dos veces al año, a finales de la primavera y al comienzo del otoño, pero el árbol necesita tres años para dar fruto luego de plantarse.
Algunos comentaristas del evangelio hacen un paralelismo entre el hecho de la higuera y la limpieza del Templo. El templo era el lugar de oración por excelencia para un judío, pero la verdadera adoración había desaparecido, era como una vida religiosa sin fruto. Jesús manifestó su enojo por ello, y lo mismo hizo con la higuera al pasar junto a ella y encontrarla frondosa pero sin fruto.
¿Qué tiempo llevamos plantados en la Iglesia?
¿Cuántas cosechas hemos dado ya…?
¿Podemos decir que nuestro fruto es abundante...?
¿Qué impresión nos queda, cuando alguien se acerca a nosotros y se marcha con las manos, el alma o el corazón vacíos...?
¿Nos inquieta..., nos preocupa…? ¿Nos parece normal…?

Hoy puede ser un buen momento para que hagamos una revisión de vida, y descubramos si somos hombres o mujeres con fruto... El dar o no dar fruto en nuestra vida no es un hecho aleatorio o fortuito, sino necesario y conveniente. Pensemos lo que puede depender de ello, y las consecuencias que puede traer consigo...

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