Estamos en la última semana del mes de
mayo, entre la fiesta de María Auxiliadora, ayer 24 de mayo, y la fiesta de la
Visitación de María, el próximo 31, en que iniciaremos la Campaña de la
Visitación. Queremos escuchar la Palabra de Dios, “viva y duradera”, como lo
haría Ella, y ver en su vida esa Palabra perfectamente encarnada y vivida.
El Evangelio de este día nos sirve de test
en nuestro seguimiento de Jesús, viéndonos retratados en los discípulos que
siguen al Señor. Vemos en primer lugar al Maestro, a Cristo caminando hacia
Jerusalén, donde le espera la cruz. Dice el evangelio que se adelantaba,
caminaba aprisa. En lugar de huir de la cruz, corre a abrazarse a ella, porque
esa es la voluntad del Padre: que entregue la vida como “Cordero sin defecto ni
mancha”, derramando su sangre para purificarnos y regalarnos una nueva vida.
La petición de los hijos de Zebedeo
contrasta con esa actitud de Cristo. Buscan su propia gloria, quieren estar los
primeros cuando Cristo establezca el Reino de Israel. No han entendido a Jesús,
que ha venido a servir y a dar la vida en redención de todos. En lugar de
pensar en el despiste que tienen, mirémonos a nuestro interior: ¿No buscamos
habitualmente nuestro bienestar en lugar de ponernos al servicio de Dios?
Quizás decimos de palabra cada mañana aquello de que “mis intenciones, acciones
y operaciones no tengan otro fin que la mayor gloria y alabanza de Dios”, pero
luego buscamos nuestro interés y no sacrificamos nuestra voluntad para vivir,
como nos dice la primera lectura, en la obediencia de la verdad y en el amor
mutuo.
El Papa Francisco nos ayuda a hacer este
ejercicio de sinceridad cuando nos dice que podemos caer en la “mundanidad
espiritual”: buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y
el bienestar personal, el cuidado de la apariencia, fijarnos en los defectos de
los demás y no corregir los propios… Encerrarnos en nosotros en lugar de
abrirnos a la misión, que siempre lleva el sello de Cristo
encarnado, crucificado y resucitado.
Miramos, al fin, a la Virgen. Ella es
pura apertura al aire del Espíritu, por eso pone toda su vida al servicio del
plan de salvación de Dios sobre los hombres y lo hace en humildad, como la
Esclava del Señor. Su vida es sencilla y escondida, sin llamar la atención,
pero está junto a su Hijo en la cruz, bebiendo con Él el cáliz de su Pasión.
Pidámosle a Ella que interceda por
nosotros ante su Hijo, para que seamos capaces de beber su cáliz, sirviendo con
alegría a Dios y entregando la vida por nuestros hermanos. Hagamos hoy nuestra
la rectitud de intención de la Virgen Madre, para buscar sinceramente la gloria
y la alabanza de Dios en todo lo que hagamos. Y así, cuando participemos hoy de
la Eucaristía, nuestra vida se fundirá en la de Cristo, como la gota de agua en
el cáliz, seremos uno con Él en el dar la vida.