Comenzamos la oración haciendo un acto
de fe en la presencia de Dios en la eucaristía. Agradeciendo su presencia. Hoy
más que ayer. Tenemos que ser capaces de disfrutar simplemente de su presencia,
que nos estremece, y que se escapa a nuestra inteligencia. No la podemos
comprender con nuestra razón, por eso pedimos fe. Una fe grande y fuerte.
Las lecturas de los hechos de los
apóstoles y el evangelio de hoy nos ponen ante una situación similar: La de los
cristianos que se quedan, al menos en apariencia solos. Jesús se va
definitivamente, aunque se queda en la eucaristía, y nos dice una palabra que
parece que dirige desde hace 2000 años a todo el Movimiento Santa María: No
somos del mundo, pero no le pide al Padre que os saque de él, sino que nos de
su gracia para ser fieles en el mundo “que nos odiará, igual que le ha odiado a
Él”. Palabras duras pero esperanzadoras. Tenemos la gracia de Dios, que sabe de
nuestras dificultades, pero no quiere que nos escondamos. TENEMOS QUE ESTAR EN
EL MUNDO. Es nuestro carisma, es la misión concreta que Dios ha soñado para
cada uno y para todos al mismo tiempo. Somos familia y como familia tenemos que
vivir nuestra vocación de bautizados. Unidos en el corazón de la Madre.
San Pablo, nos hace otra advertencia: no
solo tenemos el deber de permanecer en Dios, sino que tenemos la importante
misión de cuidar al pequeño rebaño que se nos ha encomendado. Cada uno en su
situación. Puede que mi rebaño sea muy grande, puede que sea muy pequeño. Puede
que sólo sea mi hermano, mi hermana, un amigo. Con eso basta, la misión es
igual de grande.
Que nuestra Madre, en este mes de mayo
nos ayude a vivir esta doble tarea. Estar y acompañar a los demás para que
conozcan a su hijo.