Te pedimos, Señor de misericordia, que
los dones recibidos en esta Pascua den fruto abundante en toda nuestra vida. Con esta petición de la Oración colecta de la misa de hoy, podemos
comenzar muy bien nuestra oración. Una petición, un deseo expreso, siempre nos
puede ayudar a centrar la atención y a elevar nuestra alma hacia la
contemplación.
Estamos entrando en la recta final de la
Pascua, creo que es un buen momento para pensar a manera de balance en cómo nos
va, en nuestra actitud de fe y agradecimiento ante tanta misericordia derramada
por el Señor en estas semanas de Pascua del año de la misericordia. Y vamos a
hacerlo desde el corazón de la Virgen, recién comenzado su mes. María es
nuestra madre que Jesús nos entregó en la cruz.
En la primera lectura, Pablo y sus
colaboradores se detienen para orar. Llama la atención la oración activa de Pablo.
No se aísla de la gente, al contrario, es sábado y va a orar allí donde la
gente está. Pablo busca a Dios y lo busca entre la gente y busca a la gente
para hablarlas y acercarlas a Dios. Es un contemplativo en la acción, con razón
San Pablo es uno de los adalides de nuestro movimiento. Con él todos estamos
invitados a ser contemplativos en la acción. Pablo nos cuenta hoy que “nos
sentamos y trabamos conversación con las mujeres que habían acudido. Una de
ellas, que se llamaba Lidia, natural de Tiatira, vendedora de púrpura, que
adoraba al verdadero Dios, estaba escuchando; y el Señor le abrió el corazón
para que aceptara lo que decía” (Pablo). Y el fruto de esta
oración-contemplación-acción no se hizo esperar, Lidia se bautizó junto con
toda su familia y además les obligó a hospedarse en su casa.
En el Evangelio de hoy, Jesús que está
de despedida antes de su pasión, promete a sus discípulos que les enviará el
Espíritu Santo, a quien llama el Defensor. Y es que les advierte
que su vida no será una vida fácil, llena éxitos y de comprensiones. Más bien
todo lo contrario: Os excomulgarán de la sinagoga; más aún, llegará incluso
una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios. ¡Qué
actuales son estas palabras! ¡Cuántos cristianos hoy perseguidos por su fe! Que
no tambalee nuestra fe, nuestro buen ánimo. Para ello contamos con la gracia de
Dios que recibimos en el bautismo, que actualizamos en cada sacramento y en
cada momento de oración. No estamos solos, Jesús habita en nuestro corazón y nos
carga sobre sus hombros. Y con la maternal intercesión de la Virgen, ella nos
cuida como a sus hijos pequeños que no les quita la vista de encima ni un solo
momento.
Os ofrezco esta oración final de
consagración a María, es la parte final de la oración de San Luis
María Grignion de Montfort:
“¡Oh Corazón Inmaculado de María,
Madre admirable! Presentadme a vuestro Hijo en calidad de eterno esclavo, a fin
de que, pues me rescató por Vos, me reciba de vuestras manos. ¡Oh Madre de
misericordia!, concededme la gracia de alcanzar la verdadera sabiduría de Dios,
y de colocarme, por tanto, entre los que Vos amáis, enseñáis, guiais,
alimentáis y protegéis como a vuestros hijos y esclavos. ¡Oh Virgen fiel!
Hacedme en todo tan perfecto discípulo, imitador y esclavo de la Sabiduría
encarnada, Jesucristo, vuestro Hijo, que por vuestra intercesión llegue, a
imitación vuestra, a la plenitud de la perfección sobre la tierra y de gloria
en los cielos. Amén.