El día de hoy es un día para retomar con
fuerza la alegría de la Pascua. La alegría de la buena noticia de la Resurrección
del Señor. Tras seis semanas de Pascua hemos podido acostumbrarnos, hemos
podido volver a la rutina que oscurece el sentido profundo de nuestras vidas.
La fiesta de hoy, uno de esos tres jueves que lucían más que el Sol, nos
impulsa con fuerza a contemplar con ojos nuevos a Jesús Resucitado, a Jesús
vencedor de la muerte. Una victoria que es extensible a nosotros como dice San
Pablo en la segunda lectura: “Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la
Iglesia como cabeza, sobre todo”. Por eso estamos alegres y debemos reavivar
nuestra alegría.
El motivo de la fiesta de hoy nos lleva
un paso más allá. Cristo no solo ha vencido a la muerte, gracias a esa victoria
y a su condición de Hijo, nos abre las puertas del Cielo. Hoy la humanidad
entra en el Cielo con el primero de sus congéneres: Jesucristo. Desde hoy, uno
de los nuestros está en la Eternidad. Desde hoy, el Padre es nuestro Padre. Por
eso la única respuesta adecuada es la alegría, la alabanza. Por eso, nuestra
oración de hoy ha de ser el salmo: “Pueblos todos batid palmas,// aclamad a
Dios con gritos de júbilo;// […] Dios asciende entre aclamaciones;// el Señor,
al son de trompetas;// tocad para Dios, tocad,// tocad para nuestro Rey,
tocad”. La Pascua no solo es el tiempo de la alegría, también ha de ser el
momento de la música, del canto, del baile. De la expresividad humana alabando
al Señor, cantando sus maravillas. Quizá nuestra oración de hoy no sea el
momento de cantar o bailar. Pero que en nuestro corazón resuene esa alabanza y
agradecimiento que se eleve como música hasta el cielo.