Sábado del mes de mayo, día de la Virgen en el mes de la Virgen. Comencemos
nuestra oración con ella, desde ella y en ella.
Entramos en la casa de Nazaret, en una habitación pequeña, con María cosiendo
unos cuantos agujeros que tiene la ropa de Jesús por estar jugando por los
suelos, cose sin perder ojo de su Jesusito, que está un poco más alejado,
aprende de él, le ama.
Nos paramos nosotros también con María a observar a Jesús niño, de 3 o 4
años, a observar cómo son los niños, a los cuales nos tenemos que parecer si
queremos ir al cielo.
Está jugando con un par de palos y unas cuantas piedras, es creativo y no
necesita de muchas cosas. Va dejando caer risas y sonrisas, es alegre y deja
verlo. Se despista con las cosas que pasan, el pajarillo que entra por la
ventana, los animales que se mueven, los sonidos. Todo le resulta nuevo, se
deja sorprender, valora cada pequeño detalle que descubre. No está preocupado
por lo que va a comer o que hará mañana, vive el momento presente, confía en
que su madre está cerca y que cualquier cosa ella lo puede solucionar, sabe que
si quiere saber algo sólo tiene que correr al taller de su padre y preguntarlo
porque José lo sabe todo.
María y José le observan y van descubriendo a Dios, les llena de
alegría ver sus sonrisas y las cosas que hace, les encanta que les pregunten
cosas y que corra por toda la casa llenándola de alegría, llenándola de Dios. Y
transmite todo esto, sin ningún discurso, sin ningún descubrimiento sobrehumano,
en el día a día, en lo sencillo. Los niños son sencillos.
Volvamos a María, pidámosle que nos ayude a ser como niños, que no
compliquemos las cosas, que no andemos agobiados por las cosas de la vida, que
nos sintamos seguros conscientes de que ella nos cuida.