Estamos rezando estos días con una
atención especial a la venida del Espíritu Santo. Jesús, nos dejó anunciado
poco antes de partir al cielo, que nos enviaría este Espíritu de la verdad,
como lo nombra hoy la lectura del Evangelio. Por eso, recomiendo empezar con un
canto al Espíritu Santo, quizá ese que dice: “El Espíritu de Dios hoy
está sobre mí/, Él es quien me ha ungido para proclamar/ la buena nueva a
los más pobres/, la gracia de la salvación.”(Bis)
Dejar palpitar nuestro corazón con esta
venida. Queremos empezar a entender todo lo que Jesucristo nos dijo, y lo que
no nos dijo porque no estábamos todavía preparados. Tenemos que alentar nuestro
anhelo, abrir nuestros oídos, preparar nuestras manos y nuestros pies para ir a
trabajar a donde nos impulse este Espíritu Santo.
Como hizo con Pablo de Tarso. Pablo iba
o venía, volvía o se marchaba de los sitios, según el Espíritu le indicaba. Y
eso que Pablo tenía carácter e iniciativa para hacerlo a su manera, pero ya
había aprendido a hacer caso a quien le inspiraba cada día. Hoy leemos en los
Hechos de los apóstoles sus peripecias en Atenas. Para los que no se hayan dado
cuenta es el famoso discurso en el Areópago, que 2000 años después fue llevado
al género del musical en la famosa obra “Hijos de la libertad”, interpretada
por los jóvenes de la Milicia de Santa María. Podría ayudarnos el escucharla o
directamente cantarla para que se metiera en nuestras fibras más sensibles
estas palabras inspiradas e inspiradoras. Qué mejor que recordar estas melodías
durante todo el día y no otras, a veces, tan insulsas. “Veo que sois
casi nimios en esto de la religión/ pues al pasar por las calles y plazas de
vuestra ciudad…”
Pablo se presenta a los sabios de este
mundo, representados en los atenienses, con palabras sabias, pero sobre todo
con la verdad: Cristo ha resucitado, y eso cambia todas las sabidurías y
ciencias humanas, o mejor, las explica. Y el que no quiere escuchar este
acontecimiento esencial en la vida del hombre en la tierra, es más bien un
ignorante.
Acaba la lectura con la descripción del
fracaso del discurso. Sin embargo, la coletilla final es alentadora: “Algunos
se le juntaron y creyeron…” Ante el fracaso humano de sus apóstoles, Dios sabe
sacar el fruto por Él deseado. Nosotros a hablar, y si es posible con buena
elocuencia y con buenas obras detrás que nos avalen, pero de convertir a la
gente se encarga Dios en el lugar y en el tiempo que él cree oportuno.
Si todavía nos ha quedado un minuto de
tiempo de oración podemos cantar aquello de: “Llévame donde los
hombres/ necesiten tus palabras/ necesiten mis ganas de vivir,/ donde falte la
esperanza,/ donde falte la alegría/ simplemente por no saber de ti.”