Escribe Juan de Ávila que Dios nos habla
por sus enviados en el Antiguo y Nuevo Testamento excepto en el Evangelio que
nos habla directamente, por sí mismo. “Lo que en otras partes ha dicho,
ha sido hablar él por boca de sus siervos; y lo que habló en la humanidad que
tomó, hablólo por su propia persona.” (San Juan de Ávila).
Estos días nos ha comentado
Francisco, que al iniciar la oración pidamos al Espíritu Santo la gracia
de recordar y entender el mensaje del Evangelio. No olvidemos ese consejo. “Cuando
vosotros leéis todos los días —como os he recomendado— un trozo, un pasaje del
Evangelio, pedid al Espíritu Santo: «Que yo entienda y recuerde estas palabras
de Jesús». Y después leer el pasaje, todos los días... Pero antes, esa oración
al Espíritu, que está en nuestro corazón: «Que recuerde y entienda»”.
La primera lectura de la segunda carta
del apóstol san Pedro, se complementa con el evangelio, como suele ser
habitual. En la primera lectura, vemos el camino de la santidad, el don que
recibe el hombre cuando confía en Dios: “su poder divino nos ha concedido
todo lo que conduce a la vida y a la piedad”.
Por otra parte, en el evangelio, se
narra la parábola de los labradores y del dueño de la viña, que relata
san Marcos (12, 1-12), es un resumen de la historia de salvación que Jesús
presenta a los jefes de los sacerdotes, a los escribas, a los ancianos: es
decir, a los dirigentes del pueblo de Israel, a los que tenían en sus manos el
gobierno del pueblo, a quienes tenían en sus manos la promesa de Dios.
En esta parábola, Jesús cuenta el
rechazo de los hombres a la obra de Dios. Nos habla de una historia de amor:” De
un hombre que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar y
construyó una torre”. Todo lo hizo el hombre con amor, ese hombre
representa al Padre. Sin embargo, la humanidad rechaza la obra de Dios.
El hombre que, en la carta de san Pedro,
está llamado a la santidad, rechaza esta vocación. Despreciando una y otra vez
a los mensajeros, incluso al propio Dios encarnado.
Abelardo en el libro “Mirad a María”,
propone para hoy: “Rezad el Rosario”. “¿No podemos levantar
avemarías por un mundo que no reza, que se ha vuelto de espaldas a Dios?” Es
la humilde alternativa, de quien confía en Dios y busca la salvación de sus
hermanos.
Acabemos nuestras reflexiones con un
coloquio con Jesús. San Ignacio nos lo precisa: “el coloquio se hace,
propiamente hablando, así como un amigo habla a otro, o un siervo a su señor:
cuándo pidiendo alguna gracia, cuándo culpándose por algún mal hecho, cuándo
comunicando sus cosas y queriendo consejo en ellas. Y decir un Pater noster”.