“Comieron todos y se saciaron, y
recogieron lo que les había sobrado: doce cestos”.
En la vida de la Iglesia esto es lo que
representa la multiplicación de los panes y los peces. Porque cuando Dios
concede un don a alguien no es para uso y disfrute de uno mismo, sino para ser
compartido con los demás. Por eso los dones que se comparten son los que se
multiplican. Por eso el que guarde su vida (para sí, reservándola sin
compartirla) la perderá y el que la pierda por Mí, nos dice el Señor,
(repartiéndola en Su nombre a los demás) la salvará.
Comieron todos y se saciaron… ¡y
sobraron doce cestos! Cuando el Señor les dijo “dadles vosotros de comer” les
quiso hacer partícipes privilegiados de esta realidad de la vida del cristiano.
El hombre sólo conoce realmente aquello que experimenta, dice un autor
espiritual. Por eso Jesús, su maestro, quiso que experimentaran por sí mismos
esta realidad: que los dones que se comparten se multiplican.
Eran unos cinco mil hombres y, los
apóstoles seguramente abrumados por semejante gentío, le dijeron a Jesús:
«Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar
alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado». ¡Y nuestros dones no
llegan para todos!, pensaría alguno de ellos ¡solo son cinco panes y dos peces!
Si lo hubieran hecho así (dado que eran doce y con Jesús trece) probablemente
no se habrían dado un gran banquete. Y sin embargo: “Comieron todos y
se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos”. Y
esto es porque los compartieron. Esta es la enseñanza que les quiso dar el
Maestro.
Tengamos también nosotros la fe y el
valor de pasar por esta experiencia: que los dones que se comparten se
multiplican. Y en este último domingo del mes de mayo, el día del Santísimo
Cuerpo y Sangre de Cristo, no podemos olvidar los dos grandes dones que nos han
sido regalados por el Señor: Su madre y la Eucaristía. El Señor nos ha dejado a
su madre y se ha partido y repartido El mismo. Que siguiendo su ejemplo seamos
capaces de compartir nuestra fe en la Eucaristía y nuestra devoción a María con
todos aquellos que, como nosotros, andan en descampado y hambrientos de amor.