Podemos empezar nuestra oración
pidiendo el don de ver con la “vista imaginativa” a Jesús con
Santiago y Juan llegando a casa de Simón y Andrés. Entrar en una habitación
donde la suegra de Simón se encuentra en la cama con fiebre. Jesús mira a la
enferma con ternura, la coge de la mano y le desaparece la fiebre al instante.
Mientras la suegra empieza a preparar
una agradable y humilde comida, podemos comentar con Jesús las lecturas que hoy
nos presenta su Iglesia.
En la primera SAMUEL RECIBE LA
LLAMADA DE DIOS, pero “aún no conocía Samuel al Señor”. El joven
Samuel siente que le llaman, cree que es Elí el que le llama y va una y otra
vez a preguntar al sacerdote. Elí le ayuda a discernir, Samuel se deja ayudar.
Elí le anima a responder al acontecimiento de la llamada con un acto de
fe: “Habla Señor, que tu siervo te escucha”.
La parte del salmo 39 que hoy leemos
es una acción de gracias por el auxilio recibido. Resulta apropiada como
continuación del acto de fe de Samuel. “AQUÍ ESTOY SEÑOR PARA HACER TU
VOLUNTAD”.
En este salmo se encuentra el
versículo, referenciado por Pablo en Hebreos (heb. 10, 5 ss). “Tú no quieres
sacrificios ni ofrendas” “…no pides sacrificio expiatorio”. Entonces yo dije lo
que está escrito en los libros: “Aquí estoy, ¡oh Dios!, para hacer tu
voluntad”.
Viene a querernos decir que la mayor
penitencia no es lo que buscamos o construimos sino aceptar lo que nos viene,
que es designio incuestionable de la voluntad de Dios.
En el evangelio de Marcos, me llama
la atención una frase muchas veces leída. “SE LEVANTÓ DE MADRUGADA, SE
MARCHÓ AL DESCAMPADO Y ALLÍ SE PUSO A ORAR”. Jesús se retira
después del milagro y fruto de ese retiro entiende que la voluntad del Padre le
pide cambiar de entorno: “Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas,
para predicar también allí, que para eso he salido”. Jesús encuentra
la voluntad del Padre en la oración, en ese silencio que permite la escucha. El
hilo conductor de las tres lecturas es el conocimiento de la voluntad de Dios.
Jesús nos muestra el camino para conocerla.
El Deuteronomio nos cuenta cómo
Moisés hablaba “cara a cara con Dios”, como habla un amigo con otro amigo, aquí
todavía hay una relación más cercana. En el evangelio, Él busca la
soledad para encontrarse con el Padre, ahora Él se alegra cuando nosotros
buscamos la soledad para encontrarnos con Él.
En esa soledad descubrimos lo que
quiere de nosotros. Descubrimos el amor y el perdón que necesitamos percibir en
nuestra intimidad. Escribía Abelardo: “El rincón más silencioso y solitario
donde Él te espera, y al alcance de todos, es tu propio corazón” (aguaviva
p.139)
Pidamos hoy a la Virgen la gracia de
la escucha, que en el templo de nuestro interior nos encontremos en la
adoración, que nos permita decir: “Habla Señor, que tu siervo te escucha”.