12 enero 2018. Viernes de la I semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración

«Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa.»
Nos ponemos en la presencia del Señor con una actitud de escucha: “Habla, Señor que tu siervo te escucha”. Es importante que en los primeros momentos de la oración nos quedemos en silencio, externo y sobre todo interno. Busquemos un lugar tranquilo y dejemos por unos instantes las preocupaciones y actividades del día. Invoquemos la ayuda del Espíritu Santo, y de la forma más consciente posible digamos la oración de San Ignacio: “Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me disteis, A Vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed todo a vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que con ésta me basta”.
El primer libro de Samuel nos ayuda a meditar en un tema siempre actual, ¿cuál es la mejor forma de gobierno? El pueblo de Israel es un buen ejemplo para pensar sobre esto. Cuando los israelitas entraron en la Tierra prometida pudieron seguir por un tiempo con la organización política de tipo tribal que tenían; pero poco a poco los tiempos fueron cambiando y esa estructura ya no les servía para hacer frente a las amenazas de los pueblos vecinos. Entonces se reunieron todos los ancianos de Israel y fueron a ver al profeta Samuel. Le piden que les nombre un rey que centralice el poder y les gobierne como hacen los reyes de los demás pueblos. A Samuel no le gusta la propuesta, le parece una falta de confianza en Dios, hoy diríamos que le pareció una “mundanización”. Pero Samuel hizo oración del tema y escuchó a Dios quien le dijo: “Hazles caso y nómbrales un rey”. La demanda del pueblo era legítima. Dios nos ha dado la inteligencia y una naturaleza social. Es una tentación constante el no querer pensar, el seguir con las cosas pasadas por mero hecho de que funcionaron en otro tiempo, el acomodarse a lo trillado y conocido. Y esta tentación es personal y colectiva. Nos puede afectar a cada uno, a la Iglesia y a toda la sociedad. Pregúntate: ¿Cuál es mi grado de participación en la familia, en el grupo, en la vida de la Iglesia y en la sociedad? ¿Estoy acomodado? Siempre es necesario discernir y para ello escuchar al Señor. “Habla, Señor que tu siervo escucha”. “Señor, que vea”.
En el Evangelio, San Marcos nos muestra el Corazón misericordioso de Cristo que perdona nuestros pecados, sin mérito propio y por pura iniciativa suya. A diferencia de otras curaciones, en ésta, parece que no se pide la fe del enfermo. A éste le llevan otros, no consta que pidiera nada, le llevan en una camilla y le dejan delante de Jesús. El Señor, reconociendo lo que han hecho sus amigos por él y las dificultades que han superado con inteligencia y audacia, le dice al paralítico: “Hijo, tus pecados quedan perdonados”. La gente que se encontraba allí no comprendió por qué Jesús le perdonaba los pecados. Según la mentalidad de la época creían que la parálisis era un castigo por los pecados de él o de sus padres. Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo: ¿Por qué pensáis eso? Y entonces curó al paralítico. Así manifestó el poder de perdonar los pecados y el inmenso amor que tiene a la persona pecadora, y pensemos que todos somos pecadores. Pensemos que cuando nos confesamos recibimos junto con el perdón de los pecados una sanación integral de toda la persona. ¡Cuántos problemas de salud y también sociales se curarían si la gente se confesara más! Confiemos en el amor incondicional de Cristo para con nosotros. Él siempre es fiel y cumple su palabra dada a la Iglesia: A quienes perdonéis los pecadoséstos les son perdonados; a quienes retengáis los pecados, éstos les son retenidos.

Terminemos la oración de hoy con una acción de gracias por los bienes recibidos en este rato de meditación o en los últimos días. Y para ello te invito a decir muy despacio, Padre nuestro que estás en el cielo…

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