“Como había curado a muchos, todos
los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo”. Frase
impresionante. Frase el Evangelio de hoy que interpela nuestra fe. “Había
curado a muchos”. Estamos acostumbrados a los milagros de Jesús, a sus
curaciones, a su solicitud para los que sufren y los que están enfermos. Quizá
nos hemos acostumbrado tanto que no le damos importancia. “Jesús era así, que
otra cosa iba a hacer”. Nos puede costar contemplar en las escenas evangélicas
ese deseo del corazón de Jesús de sanar a ese hombre que tiene enfrente: hoy un
leproso, mañana un padre angustiado por su hija, pasado un ciego o un
endemoniado. Quizá nos pueda ayudar para la oración de hoy contemplar alguna de
esas sanaciones que tan bien conocemos.
Pero el Evangelio de hoy apunta hacia
una escena que nos suele pasar desapercibida. Los enfermos echándose encima de
Jesús. ¿Cuál sería la desesperación, el sufrimiento de esos hombres? O quizá,
¡qué grande era su fe! Que grande en comparación de la nuestra. Y con qué
sencillez, como niños, acuden a Aquel que saben que puede hacer algo por ellos.
Sin preocuparse de si son dignos de esa ayuda, sin quizá ser muy conscientes de
lo que están pidiendo. Simplemente como siguiendo un instinto que les atrae
hacia Jesús. Porque la Gracia no se merece, sino que se recibe como regalo. Así
actuaban esos hombres con Jesús. ¿Y nosotros? ¿Y tú? ¿Qué milagros?, ¿qué
curaciones conoces que ha hecho Jesús? No solo los descritos en el Evangelio o
de tiempos pasados. Piensa en gente de ahora. Piensa en conocidos tuyos. Piensa
en ti mismo. ¿Qué curaciones ha operado ya en tu vida el Maestro? ¿Y cómo es tu
fe? Reaviva el deseo de arrojarte, como esos hombres, a Jesús, pues Él es el
Salvador, el Sanador. ¿Qué heridas tienes que presentarle? Hace poco, en la
Navidad, lo contemplábamos como Niño. ¿Cómo no confiar ante un Dios así? ¿Cómo
no abrirle nuestra vida para que entre con fuerza?