Venimos a la oración a estar con
Dios, a dejar pasar el tiempo a su lado, poniéndonos a la escucha de su
Palabra, esperando su misericordia. Nos puede ayudar esta oración de Santa
Isabel de la Trinidad: “Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayúdame a olvidarme
de mí para establecerme en Ti, inmóvil y apacible, como si mi ala estuviera ya
en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de Ti, sino que
cada instante me sumerja más íntimamente en la profundidad de tu misterio”.
Leemos la Palabra de Dios en este
día, esa carta que Dios me dirige cada día para iluminar mi sendero y tratamos
de darle vueltas en el corazón a imitación de María, para guardarla y que dé
fruto abundante.
Nos sorprende la primera lectura, la
vana confianza de los israelitas en ganar la batalla con la presencia del Arca
de la Alianza. ¿A qué se debe esa derrota? Si leemos los capítulos precedentes
del primer libro de Samuel, veremos que los hijos de Elí, que guardaban el
Arca, no eran fieles a la Alianza y contradecían con sus pecados el culto que
ofrecían a Dios, viviendo sacrílegamente. Por ello, el pretender ganar la
batalla con la sola presencia del Arca se convirtió en un acto de tentar a
Dios. Así define el Catecismo este pecado que va contra el primer mandamiento
de la ley de Dios: La acción de tentar a Dios consiste en
poner a prueba, de palabra o de obra, su bondad y su omnipotencia. Así es como
Satán quería conseguir de Jesús que se arrojara del templo y obligase a Dios,
mediante este gesto, a actuar (cf Lc 4, 9). Jesús le opone las
palabras de Dios: “No tentaréis al Señor, tu Dios” (Dt 6, 16) (CCE
2119).
Así, la Palabra me invita en este día
a la coherencia entre mi fe y mis obras como me enseña Jesús en el evangelio.
Estamos contemplando los inicios de su vida pública y nos narran los evangelios
cómo Jesús oraba, predicaba y curaba a los enfermos y poseídos. En su vida hay
una unidad entre palabra y acción: sus hechos confirman su predicación. Anuncia
la llegada del Reino y lo hace presente con sus obras de misericordia. El
emocionante pasaje de este día, curando al leproso, tocándolo sin temor al
contagio, muestra que los pobres son evangelizados y los cautivos liberados.
Pidamos la coherencia de vida y que
nuestras obras sean manifestación del evangelio en el que creemos. Nos da
ejemplo el Venerable P. Morales: él decía que la Inmaculada nunca falla, pero
eso no le excusaba de quedarse de brazos cruzados. Más bien, se ponía al
servicio de la Señora para ser sus manos visibles para aquellos jóvenes a los
que Iglesia le había enviado. En el Decreto de virtudes heroicas leemos
que “durante su larga vida de apostolado, siempre y por todos los medios,
buscó con gran celo la gloria de Dios y la salvación de las almas,
especialmente jóvenes, que fueron su prójimo predilecto. Un hombre enamorado de
Dios, lleno de fe y esperanza, que con su entrega ayudó al prójimo en las
necesidades materiales y espirituales”. Imitémosle, para que podamos
comprobar que, efectivamente, la Inmaculada nunca falla.