15 enero 2018. Lunes de la II semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Comenzamos hoy la oración serenando el corazón, poniéndonos en presencia de Dios y siendo conscientes de a qué hemos venido. Venimos a orar, a amar, a “tratar […] con Quien sabemos nos ama”, dejémonos empapar de su Presencia.
Hoy es lunes. Menuda obviedad, dirán algunos, y razón no les falta. Pero obvio o no, es lunes, comenzamos la semana. Iniciamos nuestra andadura todavía con el eco del Evangelio del domingo resonando en el corazón, pues nuestra semana debe comenzar y terminar en el domingo: “Venid y lo veréis”. Y siendo lunes, comenzando nuestra labor santificadora en el mundo, el Señor nos sorprende (porque Dios siempre sorprende) con un evangelio que debería desconcertarnos, aunque estemos acostumbrados a oírlo.
¿Por qué Jesús critica el ayuno de los fariseos? ¿No es acaso una cosa buena y santa que hacemos todavía hoy para mortificarnos? Pues sí, el ayuno es bueno, siempre que sea un medio para alcanzar la santidad. Y eso es justo lo que Jesús critica: que los fariseos hayan convertido el medio (el ayuno) en un fin (la ley por la ley).
¡Cuántas veces no cometemos nosotros el mismo error convirtiendo nuestras rutinas en preceptos! Cuando acudimos a la oración, por ejemplo, a veces podemos caer en la tentación de convertir el medio en fin. Y me explico. El medio es la cercanía con Dios, la consolación que, a veces, Dios nos regala para poder acercar nuestra alma un poco más a su Intimidad. Y el hombre, sentimental e imperfecto, a veces convierte ese medio (que es un regalo, pura gracia, sólo don) en un fin. Y es entonces cuando uno acude a la oración en busca de paz, de gozo, de consolación para sus penas. ¡No es que hacer oración sea algo malo! Lo que es malo es convertir el medio en fin, totalizar las cosas.
La oración es un acto de amor y, por tanto, un ejercicio firme de la voluntad personal que se acerca, de rodillas y suplicando, al que es el Amor con mayúsculas. Es un corazón que, sabiéndose humano, se configura con el corazón de Cristo cada día un poquito más. Y que es un hecho siempre original, nuevo, refrescante para el alma. Por eso cada uno se relaciona con Dios de una forma nueva y única, porque el amor de Dios a cada hombre es único. Y así se entiende que “nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos”.
El corazón del hombre es un odre, nuevo y único, que se acerca, pequeño y humilde, a recibir el vino de la Gracia para poder llevarlo al mundo. Cada odre acoge el vino nuevo, la forma única y especial que tiene Dios de amar a cada ser humano que olla esta tierra, y lo guarda con cariño y de ese vino vive y bebe él y los que le rodean.

Configurémonos con Cristo hoy. Dejemos que su corazón, siempre lleno de Amor, nos empape. Y, guiados por el Evangelio, entreguémonos a compartir este rato de Gracia “con quien sabemos nos ama”.

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