Este texto del Evangelio de este
Domingo ya lo hemos leído en los primeros días del Tiempo ordinario. ¿Lo
recuerdas? Léelo despacio… (Mc 1, 21-28).
En este ambiente de serenidad y paz,
en la que se palpa la presencia del Señor yo también trato de ponerme a su
lado, de encontrarle en el interior de mi corazón. Allí siempre está dentro, lo
que pasa que con frecuencia no me entero…
Y ahora sí, puedo contestar a la
pregunta, ¿Qué he entendido de este texto evangélico? Estamos
en la sinagoga de Cafarnaún en un sábado. Y se puso a enseñar. Estaban
asombrados de su enseñanza porque lo hacía con autoridad. También había allí un
hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar… Jesús le increpó: “cállate
y sal de él”. El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un
grito muy fuerte, salió de él. Todos se quedaron estupefactos…
Podemos pasar al segundo
apartado. ¿Qué es lo que Jesús me quiere decir a mí?
El espíritu inmundo sólo sabe gritar,
pero gritos fuertes. A lo mejor pensaba que a Jesús le iba a amedrentar a base
de voces y gritos violentos. A veces me puede pasar a mí, que me sienta
tambaleado por las circunstancias y pecados que me arrastran y me siento
incapaz de hacerles frente. Si tengo la serenidad de mirar a Cristo,
ahí en medio de la sinagoga, ¿qué es lo que hace? Sin voces pero con energía le
dice al espíritu inmundo: “Cállate y sal fuera”. Y le obedece. Alguien
dice que dar voces es síntoma de pérdida de autoridad. No hay que hablar mucho,
sino hacer en medio del silencio y soledad. Pasar desapercibido, haciendo el
bien.
De nuevo constatamos en este texto,
que la Palabra de Dios tiene tal fuerza en sí, que lo que dice, lo
hace. Estas palabras no se las lleva el viento.
Jesús enseña con autoridad y, se
intuye que los que le oímos percibimos que nadie como Él entendía exactamente
aquellos textos. Parece que él mismo los hubiera escrito y sólo Él es capaz de
sacar de cada palabra todo el amor que contienen.
Su amor desarma toda oposición.
Aprendamos de la mansedumbre de Cristo. El mal, bien presente en este texto,
sólo se vende a fuerza de bien y cuando aparece la persecución, si permanecemos
unidos al Corazón de Cristo, el amor no quedará debilitado, sino que se
manifestará aún más su poder y belleza.
Y María hoy nos recuerda de nuevo:
“Haced lo que Él os diga”. Descúbrele dentro de tu corazón. No puede estar más
cerca. Búscale en el interior.