* Evangelio: Hoy nos ayuda en nuestra meditación, el texto de CARLO
M. MARTINI, en el libro SE ME DIRIGIO LA PALABRA (págs. 80-83):
“… Del paso de Marcos he escogido
sólo el final del episodio del endemoniado curado, porque es la parte más
interesante para nuestra reflexión.
Mientras Jesús se vuelve a la barca,
el endemoniado curado "le pedía ir con él". Tenemos ante todo una
oración: este hombre quisiera estar con Jesús. En el original griego, las
palabras son las mismas que Marcos ha usado ya en 3,14, donde se dice que Jesús
designó a los Doce "para que estuvieran con él". La expresión
"estar con él" describe la vocación apostólica, el ir con Jesús
itinerante para ser enviados luego por él: describe la llamada de los Doce, de
quienes participan continuamente en el ministerio del Maestro y están con él en
la función de la Iglesia, es decir, los apóstoles.
Así que el hombre curado pide formar
parte del grupo, y recibe una respuesta dura que nos recuerda otras respuestas
duras; por ejemplo, la proporcionada a la mujer cananea, sobre la que meditamos
la pasada vez. El evangelista Marcos dice: "No le dejó" estar con él,
o sea formar parte de quienes abandonándolo todo le seguían viajando por
Palestina. La dureza de la respuesta se ve mejor si la comparamos con 5,37,
cuando Jesús está para entrar en la casa de Jairo, caya hija ha muerto, y
"no permitió que le acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan".
Quizá había mucha gente que quería entrar, tal vez por curiosidad; pero Jesús
distinguió: estos tres, sí; los demás, no.
El mismo verbo griego usado por
Marcos en el versículo 37 y para el endemoniado de Gerasa que quería seguirle,
volvemos a encontrarlo en 1,35: Jesús "no dejaba hablar a los demonios
porque le conocían". Jesús establece, pues, una delimitación neta: esto no
es para ti, no es ésta tu vocación. Es una toma de posición negativa respecto a
la vocación que uno pensaba tener.
Podemos imaginar la decepción de este
hombre, que quisiera, lleno de reconocimiento por la curación, dejarlo todo y
seguir a Jesús, llegando a ser apóstol, un enviado a todo el mundo. Pero hemos
de examinar atentamente las palabras que siguen al rechazo: "...le dijo:
'Vete a tu casa con los tuyos y cuéntales todo lo que el Señor, compadecido de
ti, ha hecho contigo'. Él se fue y comenzó a publicar por la Decápolis lo que
Jesús había hecho con él, y todos se admiraban". Son palabras para
meditar, pues describen la vocación de uno que, aun no siendo llamado como los
Doce, tiene una vocación de verdadero seguimiento de Cristo y, en realidad,
participa muy estrechamente de una llamada. El evangelista usa un lenguaje muy
preciso: ¡Vete!; de alguna manera es un envío misionero, la orden para una
misión.
¿Qué misión? Anuncia; y el verbo
siguiente describe lo que debe hacer: proclama. "Anuncia y
proclama". Anunciar y proclamar son términos típicos de la actividad
evangelizadora de la Iglesia.Y eso sin ser misionero, sin haber sido
llamado —pudiéramos decir hoy— a una vocación de entrega total (o sea, dejando
casa, familia, oficio): aquel hombre recibe una verdadera y auténtica misión de
evangelización. El kerigma se le confía también a él: "¡Anuncia,
proclama!"
¿Qué anuncia y proclama? "Lo que
el Señor, compadecido de ti, ha hecho contigo"(…) Hay, finalmente, otro aspecto determinante,
característico, para captar el significado de esa vocación: "Vete a tu
casa con los tuyos". Y, añade el evangelista "comenzó a publicar por
la Decápolis". El, por el mandato que ha recibido, no debe abandonarlo
todo, como Pedro, Santiago, los apóstoles; se le envía a su casa "con los
tuyos". En su ambiente, en su realidad de vida, en su realidad de trabajo,
en su sociedad y en su ciudad, la Decápolis, sociedad y ciudad paganas, ahí se
le manda al geraseno proclamar la misericordia de Dios (...)
Hemos descrito así algunas
características de lo que podríamos llamar vocación laical.
Hay en la historia de la salvación
vocaciones que no son idénticas a la de los Doce (las futuras vocaciones
presbiteriales, sacerdotales, religiosas), sino que se manifiestan en
su casa, en su trabajo, como verdadera respuesta a un mandato de Jesús, como
verdadero anuncio del Reino”.
ORACIÓN FINAL
Dios, creador y restaurador del
hombre, que has querido que tu Hijo, Palabra eterna, se encarnase en el seno de
María, siempre Virgen, escucha nuestras súplicas, y que Cristo, tu Unigénito,
hecho hombre por nosotros, se digne hacernos partícipes de su condición divina.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.