1. 2 Samuel 7,4-17. «Ve a decirle a
mi servidor David: Así habla el Señor: Estuve contigo dondequiera que
fuiste…Fijaré un lugar para mi pueblo Israel y lo plantaré para que tenga allí
su morada...El edificará una casa para mi Nombre, y yo afianzaré para siempre
su trono real… Seré un padre para él, y él será para mí un hijo. Si comete una
falta, lo corregiré con varas y golpes, como lo hacen los hombres… Pero mi
fidelidad no se retirará de él, Tu casa y tu reino durarán eternamente delante
de mí, y su trono será estable para siempre».
¡Qué delicia, Señor, saber que estás
siempre conmigo, dondequiera que vaya! Que has fijado tu trono en mi casa, en
mi corazón, y que mi misión será edificarte una casa para Ti. Que Tú eres mi
Padre y yo tu hijo. Que siempre estarás listo para corregirme y que nunca,
nunca te retirarás de mí, porque tu casa y tu reino durarán para siempre
delante de mí. Me entran ganas de cantarte “¡Dios es mi Padre, qué feliz soy,
soy hijo suyo, hijo de Dios!”. O como Carlos de Foucauld, en su oración de
abandono confiado: ¡Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras!
2. Salmo 89(88). Yo sellé una alianza
con mi elegido, hice este juramento a David, mi servidor
¡Gracias, mi Dios, por elegirme, por
sellar la misma alianza que sellaste con David! Sé muy de veras que como suele
decir el Papa Francisco “soy un pecador” pero… (y esto es lo grande, lo
definitivo) “misericordiado” (mirado por la Misericordia) y “elegido”.
3. Mc, 4,1-20. Jesús comenzó a
enseñar de nuevo a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de
manera que debió subir a una barca dentro del mar, y sentarse en ella.
"¡Escuchad! El sembrador salió a sembrar. Y los que reciben la semilla en
tierra buena, son los que escuchan la Palabra, la aceptan y dan fruto al
treinta, al sesenta y al ciento por uno".
Gracias, Jesús, por no cansarte nunca
de estar enseñándome siempre, a orillas del mar, en la web, en la calle, en el
aquí y ahora donde discurro, donde navego…y TE provoco SUBIR A UNA BARCA DENTRO
DE ESTE OCÉANO…Gracias por sentarte junto a mí y hablarme. Señor, me sé la
parábola de memoria, grábamela en el corazón para que vaya hasta el final y sea
de los que la escuchen, la acepten y fructifiquen al Ciento, como María, la que
acogió la Palabra y la hizo Carne para que habitase entre nosotros.