31 enero 2018. Miércoles de la IV semana del T. Ordinario – San Juan Bosco – Puntos de oración

Jesús se dirigió a su ciudad…
Jesús de Nazaret ha iniciado su vida pública, su magisterio y sus milagros y toda Galilea está conmocionada. Algo sin precedentes ha irrumpido: ¡El reino de Dios! Pero el reino que Jesús inaugura desconcierta: Se muestra al mismo tiempo grandioso (¡como tiene que ser!) y humilde (¡no puede ser!).
Es la historia de la Iglesia y de mi vida cristiana, siempre. Hay una fuerza de Dios, que no es nuestra y nos sostiene, y al mismo tiempo sigue la lucha, que nos exige el esfuerzo y la paciencia.
Y ahora contemplamos a Jesús volver a su pueblo, a Nazaret. El contraste se acentúa hasta el extremo.
La expectación es máxima, pero el resultado final es pobre (“no pudo hacer allí ningún milagro”). La multitud de sus vecinos “se preguntaba asombrada”, pero Jesús “se extrañó de su falta de fe”. Ellos se escandalizaban de que un vecino cualquiera, del que conocían toda la parentela, tuviera “esa sabiduría” y “esos milagros”, pero Jesús se muestra seguro y provocador: “No desprecian a un profeta más que en su tierra y en su casa”.
Hay que reconocer que esta secuencia del evangelio nos resulta cuando menos desagradable. Y lo es porque también a nosotros nos asusta la ignorancia y el desprecio por parte de los más cercanos. Jesús nos enseña la serenidad y la coherencia ante las situaciones de crítica o de silencio incómodo por parte de los que nos rodean. Y como es ley de la encarnación que todo lo que Jesús ha asumido, ha quedado redimido, debemos gloriarnos cuando participamos de esta cruz de Cristo: La indiferencia de los compañeros y familiares, la falta de fruto de nuestra presencia entre ellos.
¿Cómo vivió María esta escena de Nazaret? ¿Podemos imaginar el recelo y la agresividad disimulada de tantas miradas y susurros entrecortados hacia la mujer silenciosa, madre del profeta fracasado? Jesús abandonó Nazaret para seguir su misión. Ella permanece entre sus parientes, disponible y servicial como siempre, aguantando el tipo en medio de un pueblo agitado.

Que la Virgen nos comunique su fuerza para perseverar en las luchas que nuestra vocación a la santidad nos exija.

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