¡Ven, Espíritu Santo, sin ti no hay
nada puro en el hombre, pobre de todo bien!
Os propongo que empecemos la oración
de hoy rezando muy despacio un Padrenuestro, y, sobre todo la parte final,
diciendo con convicción: “Líbranos del mal”. Sí, Padre, líbranos del Maligno,
de Belzebú, el padre de la mentira. Como experto mentiroso y embaucador enseña
a sus secuaces a utilizar su mismo lenguaje. En este caso son los escribas los
que achacan al mismo Jesús que sea él un seguidor de Satanás. ¡Curiosa trampa
hacer creer que Jesús está al servicio de Satanás!
Jesús responde con sentido común y
con sentido divino. El sentido común es muy importante porque hemos de
responder con él la mayor parte de las veces. Deja además una bonita sentencia:
una familia dividida no puede subsistir. Qué importante mantener a la familia
unida, no necesariamente físicamente, sino principalmente de forma espiritual,
moral, con un mismo sentir y querer.
Y responde con sentido divino, con
sentido de redención: al que blasfeme contra el Espíritu Santo no le alcanzará
el perdón de sus pecados, porque él mismo se habrá cerrado todas las puertas
impidiendo a Dios entrar ni con su luz ni con su amor.
Jesucristo ha venido al mundo para
salvarlo del Maligno y ha convocado a discípulos para que junto con él expulsen
demonios, los de cada hombre y los de la humanidad entera. Nosotros somos
discípulos suyos, no hemos de temer a las fuerzas del mal si vamos con tan buen
compañero, Cristo, vencedor.
Líbranos, Padre nuestro, del Maligno
que nos hace cerrar las puertas a tu amor. Danos humildad y sentido común para
“descubrir los engaños del mal caudillo y huir de ellos”. Concédenos la gracia
de tu perdón porque creemos en ti y nos abrimos con docilidad a tu Santo
Espíritu. Amén.